Redacción Guayaquil
Cada latido da nuevas fuerzas. Recostado en una camilla, observa cómo sus pulsaciones se dibujan poco a poco en un monitor.
Ya no siente el cansancio que lo agobiaba a cada paso. Las ojeras desaparecieron de su rostro y descansa en la habitación 1 247 de la clínica Kennedy, en el norte de Guayaquil.
La donación
Luego de una muerte cerebral, la persona puede ser candidata a donante de órganos. Lo recomendable es que sea menor de 40 años y que haya tenido buen estado de salud.
Las pruebas de virus comunes y otro tipo de infecciones son imprescindibles antes de realizar un trasplante.
La compatibilidad sanguínea es una de las bases para esta cirugía. También se realiza una prueba de HNLA para verificar los subtipos sanguíneos entre el donante y el beneficiado.
De esta forma se puede medir el grado de similitud para evitar el rechazo del nuevo órgano.
Durante varios años, Denny Mendoza sufrió insuficiencia cardíaca. “Tenía problemas de presión. Los últimos meses me fui apagando, si caminaba mucho me cansaba”, cuenta.
La única solución era un trasplante. Pero a sus 60 años la esperanza de vida era escasa. El 21 de agosto, su hijo Marcelo Mendoza, de 34 años, fue asaltado en Durán. Los golpes en la cabeza le provocaron muerte cerebral y se convirtió en el donador.
En medio del dolor y la esperanza, Denny ingresó al quirófano el 24 de agosto. De las manos de los cirujanos Édgar Lama, Rudolf Loffrefo y otros médicos de grupo hospitalario Kennedy, recibió en su pecho el corazón de su hijo.
La operación duró cuatro horas. Lama, director técnico de la Kennedy, explica que fue un procedimiento minucioso, con éxito. “Donar un órgano es el mejor regalo de vida que puede recibir alguien”, comenta el especialista.
Aunque no lo conoció, Iván González sabe que lleva una parte de Marcelo en su cuerpo. “Por 12 años dependí de una máquina, ese era mi riñón artificial”.
Él sufría de insuficiencia renal crónica. Las hemodiálisis en el hospital del IESS eran su único alivio. En tres sesiones semanales, de cuatro horas por día, miraba cómo su sangre salía por un sonda e ingresaba a su brazo por una aguja. “El día que no me dializaba comenzaban las complicaciones. Pensaba que podía morir”.
Pero uno de los riñones de Marcelo le dio una nueva vida a él.
González era parte de un listado de 16 pacientes afiliados al IESS que han esperado por años un trasplante. Su compatibilidad con el donante facilitó la cirugía, a cargo de los urólogos Gustavo Pico y Rodrigo Valarezo. Un pequeño rosario de madera se balancea en la puerta de la habitación 1243. Adentro, Luis Fernando Nieto descansa. El suero junto a su cama no para de gotear.
A sus 32 años siente que nació nuevamente. Para este joven, el pasado 24 agosto no fue un día cualquiera. Ese martes no asistió a la rutinaria hemodiálisis que se realizó durante siete años y que le dejó huellas en sus brazos. Ese día recibió el otro riñón donado por Marcelo Mendoza.
Hoy, el actor y productor recuerda las barreras que le causó la enfermedad. A más de los estragos físicos y anímicos tuvo que soportar la discriminación en el campo laboral. “Ahora quiero pensar en formar una familia gracias a que alguien me dio otra oportunidad para seguir vivo”.