Los familiares se concentraron afuera de la morgue, en el corredor de ingreso al cementerio, para planificar el retorno de los cuerpos a Guayaquil. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
El sol no respetó el dolor de los deudos. Desde muy temprano en la mañana de este sábado 14 de enero del 2017, sus rayos caían con fuerza sobre las cabezas de los familiares de las 20 víctimas del accidente vial que se registró pasadas las 20:30 del viernes 13 de enero, entre tres vehículos, en un tramo de la ruta Yaguachi-Milagro, en Guayas.
Los féretros de madera, de sencilla factura, se apilaban en la mañana en el cementerio del cantón Milagro, en cuyo interior interior se levanta la vieja y única morgue de esa ciudad, al noreste de Guayquil. El forense, un hombre regordete de mediana edad, salía de tanto en tanto con su bata blanca manchada de sangre para llamar a los familiares. Uno de ellos ingresó nervioso. En menos de dos minutos salió del anfiteatro con el rostro descompuesto, abrazó a su esposa y ambos lloraron juntos, en silencio, sobre una de las tumbas del camposanto.
La mayoría de los fallecidos en el accidente de tránsito de la noche del viernes 13 pertenecían a una congregación católica de un populoso sector del sur de la ciudad. Los familiares se concentraron afuera de la morgue, en el corredor de ingreso al cementerio, para planificar el retorno de los cuerpos a Guayaquil. Antes del mediodía los féretros con los cadáveres dentro empezaron a salir del anfiteatro para ser embarcados en camiones y camionetas. Cada ataúd llevaba escrito en una sencilla hoja de cuaderno el nombre de cada fallecido.
La solidaridad atenuó el dolor de los deudos. Los municipios de Yaguachi y Milagro donaron los ataúdes, y corrieron con los gastos de las autopsias, mientras que el camposanto privado Jardines de la Esperanza, en el norte de Guayaquil, donó las bóvedas.