Sorprende, y mucho, que estando casi una década en el poder, el Gobierno haya mermado su capacidad para entender a la sociedad ecuatoriana. Es posible que luego de tantos años de fuerza política y voluntarismo, el Régimen perdiera cierta proporción de la realidad.
El reduccionismo con el cual el Presidente, su compañero de fórmula, el influyente secretario jurídico, sus ministros y legisladores responden a las críticas de la gente porque se controle el gasto público resulta pasmoso y su displicencia, alarmante.
En la última sabatina, el vicepresidente Jorge Glas lamentó que se haya visto mal el almuerzo en Carondelet con los tuiteros. Total, solo costó USD 1 600, entre la comida que se sirvió y los gastos adicionales. Glas estuvo “bastante indignado” porque a “algunos” les molesta que el Presidente tenga acercamientos con la ciudadanía…
Esa reflexión demuestra que la moderación también se mide por el número de ceros a la derecha. Por eso a él, al propio Rafael Correa y hasta al secretario Alexis Mera les parece de una simpleza (cantinflada dijo el último) suponer que el déficit fiscal (ahora se llama necesidades de financiamiento) o el debate sobre el gasto público se solucionarían suprimiendo sabatinas, vendiendo aviones presidenciales o mochando los ministerios innecesarios.
El ejemplo debe comenzar por casa, pues si la economía se contrae, el Gobierno, por sentido común, también debe hacerlo. ¿Por qué no volver a los 16 ministerios de la ‘partidocracia’; viajar en vuelos comerciales o parar las fiestas en Carondelet? Si el Presidente pide comprensión por las dificultades económicas, debería exigir a todo su equipo austeridad fiscal y sensibilidad discursiva.
De lo contrario, a la gente le indignará que a Glas no le parezca un exceso gastar USD 1 600 en un almuerzo con tuiteros gobiernistas, cuando Mera condiciona el pago de los USD 50 del bono de Desarrollo Humano para los más pobres, si la reforma tributaria no se aprueba. Menos displicencia, por favor.