Un cordón y una mesa para conectarse con los muertos de Santa Elena

El cordón de muerto se confecciona desde la Colonia y es solo una parte de todo un ritual.

El cordón de muerto se confecciona desde la Colonia y es solo una parte de todo un ritual.

El cordón de muerto se confecciona desde la Colonia y es solo una parte de todo un ritual. Foto: Cortesía Museo Amantes de Sumpa de Santa Elena

Tejer un cordón es más que un simple oficio artesanal en Santa Elena. Esa trencilla de lana se convertirá es el arma de defensa para los que van al más allá, el arma para azotar al maligno y seguir el camino del bueno.

“El cordón es la defensa de uno”, cita un rótulo en el Museo Amantes de Sumpa de Santa Elena, ubicado en la costa frente al Pacífico. El cartel apunta a un cordón blanquinoso, colocado junto a un ataúd, y representa esa antigua creencia sobre la protección que se les otorga a los difuntos.

No es propia de la religión católica, sino una costumbre aborigen que se ha conservado solo en la Península. Beatriz Lindao, directora del museo, cuenta que las antiguas culturas idearon formas para brindar protección a sus muertos. Los Vegas, por ejemplo, colocaban piedras grandes sobre sus cadáveres para defenderlos de los malos espíritus.

El cordón de muerto se confecciona desde la Colonia y es solo una parte de todo un ritual. Cuando alguien fallecía era vestido de blanco y el féretro se forraba con la ropa del finado. Durante el velorio se tejía la soga con hilo de algodón blanco y cuando estaba lista se la amarraban al difunto, alrededor de la cintura. Antes de ir al cementerio daban dos vueltas a la casa y el ritual estaba completo.

La variedad de cordones demuestra la creatividad de cada comuna. El cordón en forma de soga es el estilo preferido en Manantial de Guangala y Julio Moreno. En otros lugares como Tugaduaja e isla Puná prefieren tejerlo en forma de trenza. Los nudos que hacen en él sirven para que el difunto los coja y dé cordonazos al maligno, que intenta arrastrarlos al infierno.

Esta tradición es tan antigua como la mesa de muertos, que aún se mantiene en casas y cementerios de Santa Elena. La herencia ancestral de dar de comer a los finados es un ritual que se repite cada 1 y 2 de noviembre.

Las familias fieles a esta costumbre sacan sus mejores manteles, muchos de ellos tejidos a mano, para arreglar la mesa de comedor solo por estos días. Desde la madrugada preparan platillos de todo tipo, como coladas, chicha, tortillas de maíz, ceviches, panecillos, licor o ‘agua de muerto’, torta de camote….

Después de ponerlos sobre la mesa, colocan un toldo sobre ella para que sus parientes se acerquen desde el más allá a comer. Nadie los puede interrumpir. Hay quienes dicen ver sombras y percibir ruidos extraños. Otros aseguran que la comida se aminora, se seca o se chupa.

Para la antropóloga Karen Stothert, los habitantes de la Península han rendido culto a sus muertos desde la época de la cultura Las Vegas. Unos 8 000 años atrás ya estaban preocupándose por tener a sus muertos con ellos y estructuraron una tradición ligada a que el bienestar que se requiere para vivir viene de los ancestros.

Este ritual del Día de los Difuntos constituye un Patrimonio Cultural Inmaterial. Por ello, el Ministerio de Cultura pide tomar conciencia sobre la significación sagrada que tiene para los pueblos comuneros ancestrales de Santa Elena y evitar la profanación de los espacios íntimos elegidos por las familias, con actividades turísticas masivas.

Según la creencia, solo después de que los muertos hayan probado estos manjares, los vivos podrán sentarse a la mesa para compartir. Los alimentos son repartidos entre familiares, vecinos y amigos. También entre todos aquellos que toquen las puertas y hagan un pedido peculiar: “Ángeles somos, del cielo venimos y pan pedimos. Si ya no nos dan, ya no venimos”.

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