Los jóvenes hacen retoques a las caretas diabólicas, que son exhibidas desde hoy en Píllaro, en Tungurahua. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
Los sonidos de la banda de pueblo harán danzar a más de 3 000 supay o diablos por las calles del cantón Píllaro, en Tungurahua. Niños, jóvenes y adultos vestirán sus trajes rojos, capas negras, pelucas y grotescas caretas desde hoy hasta el miércoles 6 de enero.
Para eso, prepararon diversas coreografías y alistaron sus trajes durante seis meses. La elaboración o el retoque de las caretas, semejantes a la de Lucifer o el diablo, fueron las más trabajadas por los 12 artesanos del cantón.
En los pequeños talleres se adecuaron espacios para hacer retoques en pintura, ubicar colmillos, cráneos de cerdos, cuernos de toros y cordero, cabezas de pirañas embalsamadas, mandíbulas de perros y otros animales.
En otras áreas se arruman los moldes de metal o madera que sirvieron para la elaboración de las caretas con la imagen del espíritu del mal. El sitio es ambientado con melodías del pentagrama nacional.
Néstor Bonilla es uno de los artesanos requeridos de la urbe. En una sala contigua a su taller tiene una colección de caretas, látigos y coronas. Cada una de las representaciones del mal tiene un valor que oscila entre los USD 80 y los 350. Mientras, el arreglo va de los USD 30 a 100.
Bonilla explica que la mayoría de caretas confeccionadas con papel y cartón son retocadas en la pintura. El artesano, de 34 años, dice que algunas máscaras no tienen los cuernos y colmillos. Estos artilugios son reemplazados con material sintético o de papel.
“A los jóvenes les indicamos que tenemos que cuidar el ambiente y por eso ya no utilizamos partes de animales. La fiesta está regresando a sus inicios donde los ancianos le adornaban con papel u otro material”, recalca Bonilla.
La celebración pagana y declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador en el 2009 recibe en estos días a los turistas de Quito, Cuenca, Riobamba, Latacunga, Ibarra y de otras urbes.
El tradicional desfile es animado por 12 delegaciones o partidas de las comunidades de Tunguipamba, Marcos Espinel, Chacata el Carmen, Robalinopamba, San Vicente de Quilimbulo y otras.
Los diablos son acompañados por los personajes como las ‘parejas en línea’, que son los patronos opresores, las ‘guarichas’ que son hombres disfrazados de mujeres de dudosa reputación que llevan un muñeco, el cual simboliza a su hijo, y que brindan el licor a los asistentes.
También bailan los ‘capariches’, que se encargan de abrir el desfile bailando y barriendo las calles con una escoba hecha con plantas.
Ítalo Espín, promotor cultural de Píllaro, indica que cada una de las partidas con sus diferentes participantes recorre días antes las calles de la ciudad. El artista plástico comenta que ahí se perfeccionan los movimientos del cuerpo para la presentación en la calle.
También, los grotescos sonidos que emitirán en los seis días que dancen vestidos como el espíritu del mal. “Algunas caretas son pesadas y requieren de la ayuda de otras personas para que el bailarín pueda seguir su camino. Todos en el cantón nos hemos preparado para disfrutar de esta tradición”, comenta Espín.
La tradición de la Diablada Pillareña cuenta que cuando una persona se disfraza una vez, debe hacerlo por seis años consecutivos, pero los hermanos Álvaro Cunalata y Alexis Moreta llevan haciéndolo hace ocho años como diablos.
Con la ayuda de sus padres lograron confeccionar sus caretas en dos meses y a pintarla en un mes, con la ayuda de los artesanos. “Somos del sector de Marcos Espinel y bailamos en cualquiera de las 12 partidas que hay. Solo cancelamos USD 2 para ser parte de esta fiesta”, indica Cunalata.
Las partidas salen de las comunidades desde las 13:00 y bailan hasta entrada la noche por las calles de Píllaro.