En Jardines del Valle, los clientes pueden enterrar los cofres con las cenizas en la tierra. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Sus nombres están escritos sobre el vidrio: Oderay Torres y José Gaibor. La pareja anhelaba permanecer junta hasta la eternidad, por lo que pidió a sus hijos ser cremada al morir. Hoy, años después de su fallecimiento, ambos reposan en un columbario de Monteolivo, en el norte de Quito.
Oderay -cuenta su hija Katy- fue la primera en hacer ese pedido en la familia. No quería ser enterrada porque sentía que su cuerpo se quedaría abandonado en el cementerio.
Para sus parientes, la opción ideal fue la cremación, conocida también como incineración. Se trata de reducir el cuerpo humano a cenizas por medio del fuego. El proceso tarda unas cinco horas y se realiza en un horno gigante.
Esta práctica debe contar con los permisos del Ministerio de Salud, que otorgan los hospitales tras el fallecimiento de una persona. Además, se requiere el consentimiento de tres familiares, cuenta Gabriela Samaniego, directora de Servicios Exequiales de Camposanto Monteolivo.
Hasta hace una década -señala- la cremación era un tabú y había cierta desconfianza sobre el proceso. Con el tiempo, la situación ha cambiado y eso se demuestra con el porcentaje de personas que optan por ella.
En este camposanto, por ejemplo, el 35% de clientes pide la cremación de sus familiares. El restante (65%) apuesta por la inhumación o entierro del cuerpo completo de una persona. “Para los próximos años esperamos que ese porcentaje se equipare”.
Hace tres años, en octubre del 2016, la Iglesia Católica se pronunció en torno a esta práctica. Prefiere la sepultura del cuerpo, pero aceptó la cremación pues “no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina de resucitar el cuerpo”.
Pero pidió que las cenizas vayan a un lugar sagrado, es decir, a un cementerio o bóveda de un templo; no deben ser esparcidas en tierra, agua, aire o convertidos en recuerdos conmemorativos. Y se solicita oír la voluntad del difunto.
Samaniego comenta que sus clientes tienen una total apertura para llevarse las cenizas. “No estamos obligados a retenerlas. El cliente tiene libertad, aunque muy pocos lo hacen”.
Luego del proceso de incineración, las cenizas se colocan en un cofre pequeño de madera. La mayoría son de color café; también hay blancos.
Estos son depositados en los columbarios. Son sepulcros colectivos, ubicados en pequeños nichos, en donde caben entre dos y tres cofres. Unos tienen puerta de vidrio; otros, una lápida de grafito.
A los primeros se los puede adornar, según el gusto del familiar o el deseo del fallecido. El nicho de los esposos Oderay y José luce cálido. En su interior hay flores sintéticas y una foto de ambos. También se observa un rosario.
En otros, los allegados optaron por colocar algo de la preferencia de sus seres queridos fallecidos. Un carro de carreras se puso en uno de los espacios de un piloto de autos. Mientras que en otro se ve una caja de naipes. La mayoría tiene flores sintéticas, velas electrónicas y adornos religiosos.
A Augusto Guadalín, de 66 años, le gustaría que coloquen en su nicho una bandera de su equipo favorito: Liga Deportiva Universitaria. El hombre acudió el martes pasado a comprar un espacio en el columbario de Monteolivo. Junto a su esposa Rosario Morocho, de 65, revisaron las opciones.
“El sitio de la entrada (del columbario) no me gusta porque no hay luz. Me encantan los sitios iluminados”, señala el hombre oriundo de Loja.
Luego, ambos vieron otra área, en la que entraba más luz. Era el sitio indicado, por lo que cerró el negocio. Augusto compró a crédito un espacio para dos cofres de ceniza, a un costo de USD 2 055. “Decidimos comprar para tener un espacio fijo y no dejar deudas a nuestros dos hijos”.
Los precios de los columbarios en los camposantos de la capital son variados. Oscilan entre USD 800 y 5 000. Este último valor corresponde al paquete completo, en el cual se incluye el nicho y los servicios de velación y cremación.
Yolanda Torres también apostó por esta práctica. Debido a su zona de residencia compró un nicho en el columbario del Camposanto Jardines del Valle, en Cashapamba.
Allí, la preferencia por la cremación es más alta: 45%, según sus administradores.
Ella comparte las mismas motivaciones de Augusto. Planificó la compra de su nicho y la cremación para prepararse frente a cualquier novedad. “Nunca se sabe cuándo nos podrá ocurrir algo a nosotros o a alguien de la familia”.
Además, dice, no le gustaría dejar deudas a sus hijas.
En Jardines del Valle, al igual que en Monteolivo, se ofrece la oportunidad de colocar las cenizas bajo un árbol. Lo pueden hacer dentro de una caja o colocarlo directamente en la tierra, señala Xiomara Villavicencio, administradora.