Ante la necesidad de mantener el ritmo de gasto frente a la urgencia de asegurarse el triunfo parlamentario este año, el Gobierno de Venezuela ha devaluado nuevamente su moneda registrando, desde el inicio de su mandato por 1999, una pérdida del valor del bolívar que ronda el 87%.
Otros países, en otras épocas, también han mantenido una constante pérdida del valor de su moneda. Lo sorprendente en este caso es que Venezuela ha gozado de una bonanza petrolera nunca antes registrada en la historia de ese país, pero todos los ingresos extraordinarios no han servido para saciar la sed de gasto y derroche de ese Gobierno. No solo eso, el dispendio ha sido de tan poca calidad que el empleo no ha mejorado en ese país, la producción se ha ido al suelo hasta el colmo de que el propio Mandatario se sorprenda del número de pares de zapatos importados en los últimos años. Por si fuera poco, Venezuela tiene la inflación más alta de la región con lo que, sumado a la última medida adoptada este viernes, el castigo a los más pobres ha sido severo aun cuando muchos de ellos no alcancen a comprender la magnitud del problema.
Pero a más de provocar semejante remezón en las economías familiares, el Gobierno venezolano ha dispuesto el control de precios incluso con el ejército. Si la moneda pierde valor ¿cómo se pueden mantener los mismos precios de los bienes importados, si para adquirirlos se requieren divisas por las que ahora habrá que entregar mayor cantidad de bolívares? Las amenazas y advertencias emanadas desde la Presidencia de la República pintan un escenario tragicómico que, si no fuera por el sufrimiento del pueblo venezolano, parecerían parte del guión de una película de humor negro.
Ese es el riesgo de los populismos: destrucción de la producción, gasto desenfrenado, ataques verbales, amenazas de toda índole, lo cual configura un escenario en que las economías en vez de avanzar se estancan, se vuelven incapaces de generar oferta de empleo; y, en consecuencia, la gente no progresa y sigue tan pobre como antes. Esa política han sido aplicadas por otros países en otras épocas, con las consabidas consecuencias. Los resultados han sido similares, pero se persiste en el error por tozudez.
Ningún país está a salvo de esta contaminación populista. Se puede creer que por el hecho de no tener capacidad de devaluar se está inmune a este tipo de resultados. Nada más equivocado. Solo hay que recordar el caso argentino hace 10 años cuando faltando dinero para atender las obligaciones fiscales se optó por emitir papeles, los famosos “patacones”, comienzo del fin de la etapa de convertibilidad. El resto es historia. Por eso se vuelve imperioso repetir, mil veces, sobre la necesidad de ser cuidadosos con el gasto y evitar una crisis que luego sólo traerá más pobreza y miseria a las grandes mayorías.