DETENIDOS EN LA CAMPAÑA

La intolerancia a la crítica ha sido un inequívoco signo de Rafael Correa en estos años de Gobierno. No está bien que el Presidente confronte a ciudadanos que le hacen señas o lo critican a su paso.

Parte del arte de gobernar es ejercer la función con tolerancia y prudencia, para evitar la confrontación y asumir que, si se quiere vivir en democracia, hay que ser permeable a la crítica pública. Por fuerte que esta sea, es parte de la exposición a la que están sujetos quienes ocupan funciones de elección popular.

Nada justifica que los ciudadanos insulten al Primer Mandatario, pero una reacción desproporcionada solamente muestra el talante agresivo, de confrontación y polarización en que la personalidad del Mandatario ha desbordado durante todos estos años.

Los insultos sabatinos, la descalificación de los rivales políticos, la poca apertura a la crítica y los epítetos empleados contra la prensa han marcado una honda huella que daña la convivencia nacional.

Un ciudadano que hizo una mala seña al principio de la gestión de Rafael Correa fue encarcelado con una norma que ya no debería existir y que alude a la majestad del poder. El Presidente visitó a su crítico en la cárcel.

Hace pocos meses una persecución de la guardia presidencial digna del intento de atrapar a un peligroso delincuente se desarrolló en Machala. El ciudadano capturado fue víctima de atropellos físicos en una clara agresión a sus derechos humanos.

Una campaña abierta e intensa que enerva los espíritus y crispa los ánimos ha traído dos nuevos episodios en Riobamba y Salcedo. La tolerancia, que debe ser virtud de un mandatario, se ha puesto a prueba nuevamente. La reacción desmedida no es un buen signo.

Suplementos digitales