Los taxis complican el paso de los buses hacia las paradas en el sector de El Recreo, sur de Quito. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
El intenso sonido de la bocina, el rugir de los motores, los gritos de los vendedores y controladores de buses se suman al murmullo constante de la gente que a diario camina por el sector de El Recreo, un transitado lugar ubicado en el sur de Quito.
Ahí no solo se ubica la estación multimodal de pasajeros del Trolebús, también funciona el Centro Comercial El Recreo, muy cerca está el Mercado de Chiriyacu y decenas de negocios, almacenes, bodegas de abastos y una infinidad de pequeños comercios, entre tiendas, panaderías, fondas y restaurantes.
Solo es cuestión de caminar un poco sobre la acera o quedarse de pie, observando, para darse cuenta de todos los elementos que confluyen en esa cotidianidad caótica que caracteriza a un punto tan concurrido de la ciudad.
Cuando no hay agentes de tránsito cerca, los taxistas se estacionan por varios minutos y forman hileras de varias unidades, para esperar pasajeros. Esto a pesar de que dentro del Centro Comercial El Recreo hay espacios destinados para este fin. Cuando están los agentes de tránsito, circulan muy despacio y solo aceleran después de que los uniformados pitan y les gritan: “circule, por favor, circule”.
Es una reacción en cadena. Los taxis complican el paso de los buses hacia las paradas. Los conductores de buses, si están de apuro, con suerte se detienen en el carril derecho y ni intentan entrar a la bahía para recibir y dejar pasajeros. En otros casos, paran en el carril izquierdo o simplemente dejan a la gente para no perder algunos segundos.
Le pasó a Carmita Blacio, quien llevaba una hora esperando un bus para ir a La Argelia. Cuando la unidad finalmente se acercaba, el conductor decidió ir por el carril izquierdo y no escuchó su pedido de que la llevara, tampoco prestó atención de sus señas para que se detuviera. Ella, molesta, volvió a sentarse en la banca de la parada.
Cuando el tiempo les sobra, usan las bahías como estacionamiento y no se van sino tras el reclamo de pasajeros, agentes de tránsito u otros transportistas que pitan con insistencia.
El desorden en El Recreo no es solo a causa de los conductores de vehículos, sino también de los peatones. Cada día, Marco Campullín recoge fundas enteras de basura que la gente deja en medio de las plantas de las jardineras del centro comercial. Lo peor es hacerlo de las 13:00 en adelante. Desde esa hora, ya no solo aparecen papeles de caramelos, fundas, colillas de cigarrillo… también tarrinas de alimentos vacías, que quedan luego de que la gente almuerza.
Conducir por ese sector también puede ser riesgoso. La gente aprovecha que se forman grupos grandes de peatones y, en lugar de esperar a que la luz para cruzar la avenida Maldonado cambie de color, se lanzan a la calzada y los conductores, que tienen derecho de vía por el semáforo en verde, deben frenar de golpe.
Las ventas ambulantes abundan. Ofrecen desde cargadores, audífonos y chips para celulares hasta papas fritas, frutas, helados, papel higiénico, franelas y bebidas refrescantes o energizantes.
A los agentes metropolitanos de control se suman los guardias del centro comercial, que intentan disuadir a los vendedores de retirarse. Ellos se resisten o solo se mueven unos metros con carretillas, canastos, coches o grandes bolsas con mercadería.