Desempleo en zonas rurales se incrementó

Alexandra Gutama se dedica a cuidar a su sobrina a cambio de una ayuda económica. Foto: Xavier Caivinagua /EL COMERCIO

Alexandra Gutama se dedica a cuidar a su sobrina a cambio de una ayuda económica. Foto: Xavier Caivinagua /EL COMERCIO

El desempleo no solo ha crecido en las zonas urbanas del Ecuador. El número de desempleados en las áreas rurales se había mantenido en menos de 45 000 personas en los dos últimos años, con corte a septiembre, pero la reciente encuesta de empleo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) evidencia un repunte.

En septiembre pasado, 75 929 personas se hallaban en busca de un empleo. De ellas, 38% corresponde a nuevos desempleados, a quienes no les resulta tan fácil salir de su situación en sitios donde el nivel de productividad es bajo, lo que repercute en menores salarios.

Ítalo Alegría, por ejemplo, vive en la parroquia Tachina, en Esmeraldas, que se caracteriza por una producción agrícola a menor escala y baja generación de empleo. Este padre de tres pequeños sabe cómo arar la tierra, pero no logra acceder a un crédito para sembrar cacao y plátano.

Lleva tres años y medio sin empleo. La última vez que laboró fue como teniente político de su parroquia. Reconoce que logró acceder a ese cargo por ser simpatizante de un ­partido político.

Hace cinco meses optó por pintar casas, pero es esporádico. En su lucha por subsistir ofreció sus servicios en el cementerio, donde se ocupó hasta el pasado jueves.

Para Rodrigo Mendieta, decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Cuenca, es un problema estructural que el país arrastra por años, y en provincias marginales es más evidente el estancamiento y las disparidades entre lo urbano y lo rural.

El catedrático consideró que las zonas rurales son más vulnerables ante las pérdidas de empleo por la recesión económica. Esto deriva en problemas más complejos, como la migración a las ciudades o hacia otros países de forma ilegal.

Cristian Preciado, también de Tachina, se dedicaba al cultivo de caña de azúcar, pero la actividad generaba escasos ingresos y se vio obligado a emplearse como guardia. Este trabajo duró apenas 12 meses y desde entonces lleva cuatro años sin un trabajo adecuado. “He tocado puertas en distintas instituciones, pero no he corrido con suerte”.

En el recinto El Tigre, donde él vive, hay 150 familias que se dedican a trabajar la tierra, pero cada vez esta labor se va reduciendo. Preciado y su esposa siembran plantas medicinales y las venden en el mercado los fines de semana.

El desempleo en zonas rurales afecta más a las mujeres y a los jóvenes. Elena Chinlle es oriunda de Santiago de Quito, una parroquia rural ubicada a 30 minutos de Colta (Chimborazo). Allí, 1 356 habitantes viven del agro y la ganadería.

Esta joven, de 27 años, se graduó el 2015 como diseñadora gráfica, pero no consigue un trabajo. Elena obtuvo la tercera mejor calificación de su promoción, pero no le ha servido para conseguir un empleo en una institución pública o una empresa privada, cuenta con voz entrecortada.

Cada vez que la joven aplica a un nuevo sitio, las compañías le piden experiencia de al menos dos años y conocimientos avanzados en diseño de páginas web, pero ella no cuenta con esos requisitos. Tampoco ha podido emprender en un negocio por falta de capital.

Para Efraín Jácome, docente de la Universidad Nacional de Chimborazo, la formación académica y las diferencias culturales influyen. Los centros educativos de parroquias, especialmente del sistema de educación bilingüe, tienen deficiencias académicas que luego cuesta superar en la universidad y eso pesa a la hora de seleccionar una hoja de vida.

En el sur del país también se replican estas realidades. En la parroquia cuencana de Molleturo, Alexandra Gutama, de 24 años, abandonó el bachillerato por falta de dinero y ahora estudia a distancia.

Desde que cumplió 18 años apenas ha conseguido un trabajo que duró solo dos meses el año pasado. El empleo fue en un restaurante, pero solo le pagaron USD 200 por mes, es decir, USD 184 menos que el básico que estaba vigente. “Quiero trabajar, ser útil en la sociedad y ayudar a mi familia, pero nadie me abre las puertas”.

La situación de Alexandra es apremiante, pues son cuatro hermanos y solo su padre y una de sus hermanas trabajan. El hombre recibe entre USD 60 y 80 a la semana. La segunda de las hermanas de este hogar cuida medio tiempo a un bebé por USD 80 mensuales. La joven consiguió el trabajo en septiembre pasado.

Rodrigo Mendieta cree que hace falta un cambio de planificación en las políticas locales, que permitan generar espacios de desarrollo productivo, entre Estado, academia y empresa. Los consejos provinciales debieran jugar un rol activo en estas tareas por conocer más de cerca las localidades.

Mendieta agrega que con la creación de la Senplades hubo la esperanza de que se vea con más profundidad las inequidades territoriales; pese a ello, aún hay que trabajar en planificación que coadyuve al crecimiento de cada provincia.

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