Desempleo en Esmeraldas Chiquito

Redacción Guayaquil

Manuel Chicaiza y su esposa, Manuela Sallay, aún  no asimilan del todo lo que están viviendo. Su casa, en la cooperativa Esmeraldas Chiquito, fue consumida por el fuego, la madrugada del pasado viernes.

Por el  incendio, se quedaron sin su sustento familiar: una tienda y un bazar. “Se perdió todo. Productos, mercadería, víveres, un enfriador, un congelador y vitrinas. Perdimos aproximadamente  USD 5 000. Mientras no reconstruyan la casa no podré levantar  mi negocio”, señala  Chicaiza, oriundo de Ambato.

Una buena  parte de  afectados por el incendio, en el que  se quemaron 106 viviendas, no ha trabajado en estos días. Hugo Ruiz, por ejemplo, vendía agua en botellones, en su casa. Además, instalaba pisos (granito, porcelanato..) para una compañía. “En el incendio perdí productos y mi triciclo. Al  trabajo no he vuelto por cuidar a mi familia. No tengo capital para volver al negocio”.

Su vecino, Manuel Vera, vive una tragedia similar. En el solar 46 de la manzana C-14 tenía una tienda. El enfriador y el congelador se quemaron. Usaba esos artefactos  para mantener heladas el  agua y otras bebidas que vendía cerca al Mall del Sur.

“Mi triciclo es lo único que pude salvar. Incluso, esa noche, dejé USD 150 encima de la refrigeradora y se quemaron, como todo el producto que tenía”.

Ese dinero era para pagar una deuda de USD 300 al que me entrega las bebidas.

A Iván Arias no solo se le quemaron los productos (cloro, desinfectantes y aromatizantes) que vendía en las calles. Su esposa perdió  la máquina de coser, que le servía para trabajar de costurera. “Ojalá que alguna persona caritativa nos regale una máquina para que ella siga cosiendo”, dice este padre de dos hijos, de 11 y 7 años.

Las historias surgen, una tras   otra, con diferentes matices y suertes. Víctor Sánchez trabaja en una compañía de seguridad que brinda servicio al Municipio en la Playita del Guasmo. El día de la tragedia estaba de guardia y pidió permiso. El martes solo le dieron mediodía.

“Por un lado, tengo que estar pendiente para  que no  invadan mi terreno. Y, por el otro, no puedo descuidar mi trabajo con el que  mantengo a mi familia”, dice Sánchez, de 27 años.

Con su hermano Jonathan, que vive con él,  se turna en el  cuidado del solar. El martes y miércoles pasados no fue a  su trabajo,   un asadero de pollos de su suegra, en las calles 38 y Rosendo Avilés.

Estela Zamora tiene una doble preocupación. Aparte de que ahora busca  trabajo,  teme que su terreno sea cortado a la mitad. “Mi casa era de cemento y la compartía con mi hija  casada. Yo quiero que respeten lo que era mi terreno”. Ella es viuda y   mantiene a sus dos hijos menores,

La madrugada del viernes 20, Juan Carlos Mora alcanzó apenas a poner a salvo a su esposa, Janeth Guaranda y a sus dos hijos. Es albañil, pero he dejado de trabajar por  cuidar su terreno. Hoy vivimos de las donaciones que llegan al lugar. “Mi concuñado Clemente Alvarado es maestro en construcción y ya me dijo que la próxima semana me tendrá un trabajito. Ya necesito trabajar por mi familia”, dice Mora.

Él, al igual que otras personas que son cabeza  de familia , espera que cuando el Gobierno inicie la construcción de las casas, sean contratados como albañiles. “Hay que ver la forma de sacarle provecho a la desgracia”.

Suplementos digitales