En Achupallas, provincia de Chimborazo, la mayoría de los pobladores de sus 29 comunidades ha viajado a Estados Unidos o a España. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Cuando recuerda a su esposo, la voz de Tania Baculima se quiebra. Ella tiene 25 años y Giovanny Cabrera, dos más. La última vez que lo vio fue el 8 de abril. Ese día él abandonó su natal Sayausí, en Cuenca, y viajó clandestinamente a Estados Unidos.
Durante el trayecto hablaban todos los días y le enviaba fotos por Whatsapp. El último mensaje de voz lo recibió a las 21:44 del 16 de abril. “Hoy voy a cruzar la frontera; ya me tomaron la foto. No sé en qué tiempo me vuelva a contactar. Cuidas mucho a mi niña”, le dijo. Se refería a Maité, de 3 años.
Desde entonces no tiene más datos. Solo se enteró de que tres días antes de esa comunicación, 17 ecuatorianos y centroamericanos fueron atacados por criminales, entre México y EE.UU.
Baculima espera que su esposo esté bien. Por ahora, los padres del ecuatoriano, que viven en Estados Unidos, un abogado y otro pariente lo buscan en el sector fronterizo.
En esa zona, organizaciones como 1800migrante ayudan en el rastreo. Su personal fue el primero en alertar el último ataque armado de los narcos.
Luego de que se conociera este caso, el grupo lanzó una serie de alertas. En una de estas, asegura haber recibido “decenas” de llamadas y “solicitudes de ayuda” de ecuatorianos que buscan a sus allegados, cuyos rastros se perdieron en medio del viaje sin papeles.
1800migrante tiene un registro de 121 desaparecidos en 10 años. En el 2018, la Coordinación Zonal de la Cancillería reportó 15 casos en Azuay, Cañar y Morona. 12 ocurrieron entre México y EE.UU. De ese número, siete fueron hallados; unos con vida y otros muertos.
En lo que va del 2019 tienen ocho reportes. Dos personas ya han sido rescatadas.
Mario Lojano está desaparecido desde agosto del 2014, cuando tenía 24 años. Dejó a su esposa Rosa Pintado y a sus tres hijos. El menor solo tenía 8 meses. Ellos no tienen dinero para investigar dónde está. Solo esperan que en cualquier momento llegue una noticia.
Lojano dejó a sus padres una deuda de USD 20 000, monto al que accedió para financiar el viaje con coyotes. Tras la presión de estas personas vendieron un terreno y pagaron todo.
En la Fiscalía de Azuay reposa este caso. Solo entre enero y marzo, las oficinas fiscales del país recibieron 37 denuncias por tráfico de emigrantes.
1800migrante también ayudó a monitorear el nombre de Mario Lojano en las cárceles que están en la frontera de los dos países. Cuando llegaban cadáveres de emigrantes hallados en Tamaulipas, Sonora, Laredo (México) acudían a las morgues y cruzaban datos.
La familia de Giovanny Cabrera también lo ha rastreado en las cárceles. Su suegra, Dolores Paredes, llora por él y por cuatro de sus siete hijos que han emigrado. Maité pregunta por Cabrera. “Mi papá se cayó al río, pero regresará a casa en avión”, le dijo un día a la mamá.
Ella no sabe cuánto pagaron por el viaje ni quién es el coyote, pues el negocio lo hicieron los padres de Cabrera, directamente desde EE.UU.
En la actualidad, esa es casi una tendencia en Azuay.
Las familias que viven en Ecuador ya no se endeudan, sino que los viajes son financiados desde afuera. Así lo hizo Manuel Chocho, de 41 años, de la parroquia cuencana de Victoria del Portete, quien también está en el grupo de los desaparecidos de abril pasado.
Similares historias se viven en Chimborazo. De esa provincia salió Myriam Paguay, atacada por los narcos. Esta semana este Diario llegó a Achupallas, un pueblo que está a tres horas de Riobamba.
El sitio casi está abandonado. La mayoría de los habitantes de las 29 comunidades salió a EE.UU. y a España.
En una choza de Chicho Alto están dos niños. Los crían sus abuelos, pues su madre, Elsa Miñarcaja, falleció en la frontera mexicana; 15 días estuvo como desaparecida. Lo único que supieron es que perdió la vida mientras trataba de huir de la Policía de Migración.
La idea era llegar a territorio estadounidense para unirse al papá de los pequeños.
Rosendo Zhibre es uno de los pobladores que aún quedan en el sitio. Él sabe que los jóvenes aspiran a viajar, porque sus primos, hermanos mayores o padres ya están allá. “Pero muchos han muerto”.
El hijo menor de Antonio Bravo, Luis Fernando, de 17 años, también murió al intentar cruzar la frontera. Lo que conoce la familia es que él iba con su cuñada, Sara Miñarcaja, cuando el vehículo en el que viajaban se accidentó en el desierto de Texas.
La familia no supo de ellos durante 15 días. Fueron reportados como desaparecidos, hasta que les comunicaron que sus cuerpos estaban en una morgue de Estados Unidos. Los familiares no recibieron el cuerpo, pese a los pedidos.
En Totoraspamba, un pequeño poblado con calles de tierra, vivía Alex Guamán. Él viajó al norte, pero no sabían nada desde el 15 de marzo. Sus padres se comunicaron con 1800migrante, cuando supieron de la persecución armada del 13 de abril. Ahora saben que fue retenido por Migración y que será deportado.