Todos los años en la estación invernal, el litoral ecuatoriano ha sufrido las dolorosas consecuencias de inundaciones, deslaves, pérdidas de viviendas y lo que es más grave, la aparición de enfermedades tropicales que son endémicas y se convierten en epidémicas, creando un grave problema de salud pública.
Vamos a citar solamente el dengue clásico y hemorrágico, en menor escala el paludismo, que en este año ha sobrepasado las expectativas de las autoridades y ha evidenciado algunas falencias para su control, los hospitales han colapsado y los centros y subcentros de salud que representan el primer nivel de atención no han logrado descongestionar la demanda por falta de información oportuna a la población para que concurran a esos establecimientos que son los que deben ventilar estos casos con suma facilidad.
Es decir, que la gente pobre de las zonas suburbanas y rurales no tienen el cabal conocimiento de cómo funcionan los servicios de salud del Estado y para eso es necesario la educación sanitaria y el impulso de los programas de prevención de las enfermedades. Los hospitales de segundo y tercer niveles son de mayor complejidad y no debieran ser utilizados para resolver estos problemas, sino en caso de emergencia nacional o saturación de los niveles inferiores. Es claro, que desde hace muchos años no ha mejorado suficientemente la infraestructura hospitalaria y hoy que el Gobierno ha destinado un mayor presupuesto para estas actividades, es menester realizar una moderna planificación para evitar estas complejas y difíciles situaciones y evitar la crisis del sector, contratando además los profesionales necesarios, los recursos auxiliares y los insumos médicos necesarios para solventar con éxito estos dolorosos trances.
Finalmente hay que hacer realidad el concurso de las otras entidades del sector público y privado involucrados en el Sistema Nacional de Salud para que sean más solidarios en circunstancias por las que atraviesa la salud pública del Ecuador.
Ojo con los ladrones y bolsiqueadores
Kléber Barragán
Estaba sentado al fondo de un bus de la línea 27 de la ciudad de Guayaquil, que iba repleto.
Cuando estoy por llegar a mi destino me interceptan dos jóvenes de mal aspecto, uno se pone en mi delante y otro se pone por detrás, pido permiso y el primero se pone molesto y se me pega demasiado. Yo presentí que iban a robar.
Cuando ya me bajo, contento, porque según yo evité el robo y busco mi celular para alertar a la Policía y ¡oh sorpresa!, me habían bolsiqueado. Ya pasaron tres minutos y no los alcancé, se lo llevaron.
Me quedó la lección para dar un buen consejo: siempre estemos alerta y precavidos al interior de un transporte urbano.
En este caso tal vez yo tuve parte de culpa porque sé que en esa línea siempre roban y lo olvidé, estaba distraído, yo iba chateando con mi teléfono sin tomar las debidas precauciones.