¿Democracia vs. Democracia?

Ningún teórico de la democracia liberal, salvo Tocqueville, pudo imaginar que el sistema de libertades iba a ser mediatizado y destruido empleando paradójicamente los mecanismos democráticos; que el autoritarismo iba a encontrar su mejor aliado en la manipulación de las masas; que el derecho público, inventado como dique para contener al poder, iba a transformarse en instrumento al servicio del poder y en blindaje contra la rendición de cuentas. La ruta la marca Venezuela. Le siguen sus imitadores.

La democracia autoritaria se instala en América Latina, y va en retirada la democracia liberal, y con ella, se repliega la tolerancia. Las coyunturales mayorías legislativas se creen investidas de potestades ilimitadas, y, lo que es más serio, se creen, y se sienten  jueces de la verdad. En los folclóricos y curiosos discursos parlamentarios, sus autores parten de la convicción de que cada  miembro de la mayoría es  titular del monopolio de la verdad. Solamente para constatar semejante enormidad valdría la pena escucharlos, porque allí está el gran equívoco en el entendimiento de la política y en la comprensión de las tareas de legislar y gobernar.

Las mayorías no son, como se piensa, los dioses en el Olimpo de la “neodemocracia”. Son, en realidad, un grupo de gente -no necesariamente la mejor, salvo puntuales excepciones- con poder transitorio para decidir ciertas cosas en el esquema del coyuntural proyecto de un gobierno. Son un grupo de interés, como lo son las minorías. La diferencia está en que las unas tienen poder y  las otras no, nada más. Las unas y las otras puede errar, pero el error de las mayorías puede ser catastrófico.

Por eso,  el  ejercicio de sus funciones debería comenzar no por el festejo de la prepotencia ni por el alboroto del “ahora verán”, sino por un acto de humildad, y por la pública admisión de que los disensos son necesarios incluso para legitimar los triunfos; que quienes discrepan son, como ellos, ciudadanos con derechos, no enemigos a los que hay que arrasar. Y, sobre todo, que la democracia sin tolerancia es otra forma más de dominación, y un mecanismo de poder que obrará contra las libertades, solo que apelando, como excusa, a la voluntad de ese “multitudinario silencioso”  a quien le llaman el pueblo.

Por acá, concluye  la instalación del escenario donde veremos si triunfa la democracia de los derechos,  la tolerancia y  el debate, o la otra, la democracia de la imposición, la unanimidad, el griterío de los unos y el silencio vergonzante de los otros. El tema es interesante, no solo como espectáculo -que siempre lo es la política- si no porque  revelará, más allá de la retórica, lo que es  ese “Estado de derechos” que se introdujo en la Constitución política, y si valdrá la pena una República concentradora y personalista,  con un parlamento tan disminuido.

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