Iván Cevallos M.
Lo ocurrido en Honduras pone en evidencia algunos aspectos del manejo interesado de la palabra democracia.
Los sectores más reaccionarios de ese país, atendiendo a su particular modo de entender la democracia, recurren a un golpe de Estado con el cuento de que “el país está inconforme con el gobierno de Zelaya”.
Lo extraño es que recién ahora se percaten del “descontento popular”, cuando mantuvieron silencio y hasta aplaudieron las acciones encaminada a buscar un tratado de libre comercio impulsado al inicio de este mismo Gobierno.
Desde el punto de vista de la lógica democrática, si el descontento popular es real, lo perfecto sería que se permita al presidente Zelaya consultar al pueblo sobre si estaría de acuerdo con una reforma constitucional vía referendo. De esa manera, el manoseado “descontento” se traduciría en una tremenda derrota en las urnas.
Pero no, la lógica democrática de las personas que se tomaron por asalto el poder con aquellos militares que aún no han entendido el cambio continental de los últimos 20 años y apoyados por capitales foráneos (¿las transnacionales farmacéuticas?), consiste en erigirse como “representantes del pueblo” en tanto su mezquindad les haga percibir una amenaza a su insolente acumulación de dinero lograda a expensas de la postergación del desarrollo nacional, del empobrecimiento crónico de los más humildes y de la renuncia a la dignidad de su propia patria.
Esa es la democracia que pregonan las élites: todo lo que favorece su voracidad es democrático; todo lo que busca equilibrar las injusticias sociales es “comunista”, “títere de Chávez”, “efecto Correa”, “injerencia de Ortega”, “imposición de Fidel” o antidemocrático.
Los asaltantes del poder en Honduras han atropellado a medios, han censurado la expresión social y han encarcelado a periodistas. ¿Habrá algún pronunciamiento de la SIP? ¿Leeremos alguna notita timorata de los diarios de América?
La palabra democracia se ha convertido en un término ajustable a los intereses de grupos minúsculos que se creen predestinados para gobernar, en lugar de constituirse en la bandera que cobije a las grandes mayorías perjudicadas por esas mismas élites inescrupulosas que hoy con desparpajo se proclaman representantes del “descontento popular”. A ver, pues, “demócratas” e “independientes”, demuestren su coherencia y alcen sus voces para que los golpistas hondureños dejen que el pueblo se exprese en el terreno más idóneo para estas circunstancias: las urnas.