Flavio Paredes C. Red. Cultura
Haces de luz reposan sobre el rostro de Pippo Delbono. El actor italiano (Varazze, Livorno, 1959 ) se ha sentado bajo la sombra de un árbol, en el patio frontal del Hotel Carolina Montecarlo, en Quito. Es alto y corpulento. A la cita precede su fama de malgenio y cascarrabias.
La cartelera del FITE
Hoy, a las 18:30, en el Teatro México se presenta el colectivo ecuatoriano Paralelogramo, con la obra homónima, escrita por el poeta Gonzalo Escudero.
A las 20:30 de hoy , Yuyachkani , de Perú, muestra ‘El último ensayo’. En la Facultad de Artes de la U. Central.
En la PUCE continúa la Cátedra Itinerante de Teatro Latinoamericano, a las 08:30.
Detrás de él, el agua cae en una pileta; su sonido se confunde con las bocinas de los autos. La voz de Delbono adquiere un carácter confesional, habla español, pero arrastra el acento e inserta los modismos del italiano.
Entre vida y escenario, ¿cómo se manifiesta el juego doble del actor?
El actor tiene que estar en lo extraordinario sobre el espacio escénico, en una conciencia especial; pero no es una dimensión psicológica, sino física. El actor con su voz, su ritmo, su cuerpo, es como un músico que toca el violín, él conoce cómo, con el instrumento, hacer un viaje hacia la profundidad del alma.
(Para Delbono, practicante del budismo, el teatro es un hecho espiritual, libre y amoral).
Pero no se abstrae de la realidad…
El teatro es un trabajo maravilloso y peligroso. El riesgo está en pararse sobre el escenario, pues tenemos la obligación de estar en contacto con la realidad. El teatro es sueño, es magia, es vuelo, pero sin ignorar que estamos aquí, mirando al público, haciendo un ritual colectivo.
¿Hay un teatro más crudo que la realidad?
El teatro no es más crudo que la realidad, pero me parece interesante que hable de eso. Pero no significa pararse en la tristeza, la crudeza puede convertirse en una experiencia de alegría; es importante conocer la historia de nuestro tiempo y hacer, desde el teatro, una predicción de esperanza; pero sin máscaras, hay una fuerza fantástica en la verdad: el coraje de la verdad.
¿En dónde está presente?
Danza entre la alegría y el dolor. Es que todas las cosas pueden ser pasión, incluso la muerte no es mala. En países que han vivido la dictadura, que han sufrido, ahora surge un movimiento cultural, es decir, cuando se toca el punto más doloroso del poder es la ocasión para subir.
¿Y en su país?
Italia, con el 80% del patrimonio del mundo, ahora es un país culturalmente muerto, principalmente por la dictadura de la TV (evoca una frase de Passolini). Lo que fue nuestra fuerza ahora es nuestro límite, porque cuando te sientes tranquilo, como Italia con sus grandes poetas, la gran pintura, la gran música, te vuelves un idiota.
(Se ha puesto unas gafas oscuras pero todavía se adivinan sus ojos vivos. No le gusta definirse, porque perdería su inocencia, su frescura como creador. Recuerda a Pina Bausch, su maestra: “Siempre decía que no sabía nada, pero cómo no iba saber, si hizo obras fantásticas”. Delbono podría ser autocrítico pero le basta decir: “El teatro que hago es cada cosa posible: una persona que encuentro, un libro que tomo, una imagen que sueño…”.
¿El proceso de creación es anárquico?
Es anárquico y totalmente lleno de reglas. Anárquico en la apertura hacia la imagen, la música , el movimiento. Pero, si en mi obra hay un segundo que no está justo en el ritmo, debo cambiar todo. Recuerdo el cubismo: un Picasso anárquico, que en realidad tiene todo un equilibrio, porque un pedacito de más puede destruir toda la obra.
(Sin embargo, sus lenguajes son distintos a la tradición italiana y en esa revolución tiene gente que lo acompaña: Bobó, el sordomudo analfabeto que vivió 46 años en un manicomio, Gianluca, el joven con síndrome de Down que quería ser actor, Pepe Robledo, el argentino que huyó de la dictadura, entre otros).
¿Cómo encuentra la relación maestro-aprendiz?
Bastante contradictoria, en el sentido de que ahora no hay tantos maestros sino profesores.
El maestro te da una línea, te muestra los primeros pasos, pero no es una figura de poder. (Evoca la trama de ‘Madadayo’, filme de A. Kurosawa): el maestro necesita de los otros, también aprende de los alumnos.
Usted ¿maestro o alumno?
(Sonríe por primera vez, es una sonrisa infantil, pura). Tengo 50 años de ponerme las cosas del mundo encima, el teatro me ha puesto un poco en la situación de maestro (obtuvo el Premio de Europa para el teatro 2009), pero me escapo con el cine, allí, estoy en la zona de aprendizaje, eso me gusta.
(Al cine lo considera un hobby, pero fue el único italiano en la selección oficial del Festival de Locarno, Suiza, con ‘La paura’, un filme grabado con un teléfono celular. “Eso fue algo que molestó a las grandes empresas, pero yo sigo ahí, soy un ‘cabeza dura”.