Alejandro Ribadeneira. Coeditor de Deportes
Después de su sensacional exhibición ante Fluminense, Édison Méndez, el volante de Liga que llegó para que nos olvidemos de Damián Manso, ha sido elevado a los altares. De repente, su floja temporada 2009, en la que no ha sido determinante ni en el torneo local ni en la Libertadores ni en la Tricolor, se salva por un partido. La magia del fútbol o, mejor dicho, de las relaciones públicas.
Incluso un hecho de vanidad, como anunciar en rueda de prensa que donará a su fundación (o sea, a sí mismo) los USD 500 000 que ganó en un juicio, ha sido puesto como una muestra de santidad pura. Lo santo era regalar en silencio.
En realidad, Méndez es un estupendo jugador, pero en conflicto con su permanente sed de reconocimiento. En la Tricolor, los focos siempre apuntaron más, quizás injustamente, a Aguinaga, al ‘Bam Bam’, al ‘Tin’ y ahora a Valencia, de quien se espera lidere la nueva etapa del equipo. En Liga, antes lo superó Salas en cariño popular y en 2009 estaba opacado por
Vera y Bieler, los más regulares de la ‘U’. En el PSV, prefirieron dejarlo ir que darle espacio para su liderazgo, sumamente tóxico, como lo puede testimoniar Luis Fernando Suárez. Un síntoma es que no suele haber entusiasmo en el camerino para hacerlo capitán. Todos temen al otro yo del Dr. Méndez. Por algo será.