Washington. La Nación, GDA
La peor crisis económica de los últimos 80 años impuso un profundo cambio de hábitos a los estadounidenses que, hasta hace poco, hicieron del consumo, del gasto y del hecho mismo de comprar, la razón fundamental de su esfuerzo.
Hoy ya no es así. Acorralados por las deudas, por la tasa de desempleo y por la incertidumbre -cuando no el miedo- sobre el futuro, a la mayoría de las familias no le queda más remedio que volverse austeras a la fuerza.
Un reciente informe oficial dio cuenta de que el nuevo escenario implicó que más de dos millones y medio de personas cayeran en la pobreza -ahora son más de 39 millones los que viven en esa condición- y que se evaporara la inversión de una década para muchos propietarios de vivienda en riesgo.
Lo curioso es que semejante cataclismo no parece tener, como reflejo, otro tanto en Wall Street, el epicentro desde el que se disparó la onda expansiva.
Al cumplirse un año de la crisis, poco parece haber cambiado en ese mundo de ejecutivos con sueldos altísimos y libertad para producir y negociar los llamados ‘derivados financieros’.
Como contracara, las consecuencias del colapso se advierten en un cambio de hábitos y en la irrupción de un sentimiento casi desconocido para esta sociedad: el miedo a perderlo todo.
“Hay un recorte de gastos y un aumento del ahorro”, reveló una encuesta de Gallup, al dar cuenta de dos hábitos poco practicados por una sociedad cuya tasa de ahorro fue, en los últimos años, cero. La norma era gastarlo todo. Ahora, la sensación de que aquella prosperidad ilimitada y los días de gasto libre se acaban, asoma, junto con una nueva cultura de la frugalidad.
Vaya un ejemplo: la edición electrónica de The New York Times , el diario por excelencia del neoyorquino de clase media, llegó a incorporar ‘Vivir con menos’, un blog sobre experiencias ‘de supervivencia’ para afrontar los embates de la crisis.
Como pocas veces, la recesión afecta a todos los estratos sociales. Y el pavor es que llegue el momento personal de no poder pagar cuentas. Según datos oficiales, la asistencia social de Nueva York registra pedidos de una creciente población ‘no tradicional’, es decir, ciudadanos blancos, para sus filas. En 2005, los blancos que pedían ayuda alimentaria representaban el 5%. Hoy son el 26%. Un sondeo de la revista Time puso datos al cambio social. La mayoría admitió que su forma de vida empeoró. Y el 57% cree que el sueño americano es más difícil de alcanzar.