Tras el concepto de que es necesario regular aquello que se dice en un medio de comunicación, subyace el convencimiento de que la gente necesita de alguien para que no le deje exponerse a ideas dañinas.
Cuando el presidente Correa sostiene que no se puede permitir que un canal de TV transmita una información que pueda producir conmoción social, lo que realmente está diciendo es que una fuente de infinita sabiduría y bondad debe decidir qué es bueno y qué es malo para las personas. O sea, que la gente no es otra cosa que un conglomerado de seres indefensos que, en ausencia de un defensor, pueden caer en el abismo.
Es el síndrome del pastor de almas o del curuchupa reencauchado en cuya lógica el Estado es lo mismo que la Santa Madre Iglesia.
Por eso, pensar que la transmisión que hizo Teleamazonas sobre un centro de cómputo iba a producir conmoción social es pensar que la sociedad es la suma de idiotas.
Pero la gente no es tan idiota como dice el pastor de almas y la prueba es que lo que transmitió Teleamazonas no produjo conmoción social.
En esa misma línea, la persona que crea el argumento de Correa, de que la información de Teleamazonas sobre la explotación del gas en Puná hizo que un grupo de comuneros se tome el taladro de Pdvsa, debe estar convencido de que los comuneros de la Puná solo se mueven por lo que diga Teleamazonas.
Si bien ese canal no ha probado que su versión era correcta ni ha corregido su supuesto error, Correa tampoco ha demostrado que los comuneros se tomaron el taladro por culpa de Teleamazonas.
Y mientras el país discute sobre si la gente necesita un custodio de conciencias, nadie ha preguntado a la gente de la Puná si se tomó el taladro por culpa de un canal.