La violencia en el espacio personal
Aeropuerto de Estambul. Atentados en Kabul y en Dacca. Ataques al mausoleo chiita en Iraq y a la mezquita en Arabia Saudí. Balacera en Dallas. Los hechos de sangre de días recientes se suman a una ola de violencia real y visible, física y material, directa y frontal, con cifras de ‘trofeo’, que, si antes se representaban con craneos apilados junto a altares, hoy se muestran con el número de víctimas.
En ese contexto, una reflexión acerca de la violencia sobre el espacio individual se propone en ‘Topología de la violencia’, del coreano Byung-Chul Han. Se trata de un libro donde el pensador -‘de moda’ lo llaman los medios internacionales- da continuidad a las líneas trazadas en sus títulos anteriores: ‘La sociedad del cansancio’, ‘La sociedad de la transparencia’, ‘En el enjambre’...
El aporte singular del coreano -metalúrgico e intelectual- es su estudio comparado entre dos momentos de la sociedad contemporánea. El primero, definido por el siglo XX y la sociedad disciplinaria, construida desde la negatividad, bajo un sentido de autoridad y donde la violencia llega desde factores externos. El segundo, la actual sociedad de rendimiento (de hiperconexión y bombardeos de información), apabullada por un exceso de positivismo, donde uno mismo es el origen y el destino de las acciones destructivas.

Es decir, Han elabora un trabajo sobre la violencia en una dimensión macro frente a la violencia en un nivel micro; relacionadas, sin embargo, con una violencia sistémica, enraizada en la estructura social y que se bate con fuerza sobre el individuo.
Los postulados de Han se expresan entre citas a Aristóteles, Foucault, Benjamin, Zizek, Agamben, Schmidt, Freud, Galtung y otros, y traza una narrativa cronológica de la violencia, que nunca desaparece sino que varía según la constelación social. En un inicio bien se podría versar sobre la violencia como una experiencia religiosa, hallada en un hombre prehistórico fascinado por la fuerza aniquiladora de la naturaleza, personificada en deidades sobrehumanas.
Byung-Chul Han habla de una violencia (desgarro que no da lugar a ninguna mediación ni reconciliación) que se desplaza de lo visible a lo invisible; de lo directo, a lo discreto; de lo físico, a lo psíquico; de lo material, a lo mediado; de lo frontal, a lo viral.
Sin embargo, ahora (en una especie de retroceso a la época premoderna), cuando los atentados están en boca de todos, no se podría hablar categóricamente de un desplazamiento de la violencia, como propone Han, sino de una extensión, una conquista de más espacios... La violencia terrorista y de odio está en el borde entre las dimensiones macro y micro, es confrontación y contaminación: la destructividad de los atentados actúa de forma frontal y se dispersa de forma viral. En la primera, la violencia actúa por exclusión; en la segunda, por agotamiento e inclusión.
La violencia desde el exterior (terrorismo, por ejemplo) da un carácter macrofísico y se manifiesta en una relación entre el ego y el otro, “una influencia exterior que me ataca, me roba libertad”. Tal funciona como restaurador de la unidad social de los perpetradores; pero, a su vez, genera una contraviolencia, según la cual se mata para no ser asesinado. Sirve para defender la autonomía y la identidad, como si se tratase de una sociedad arcaica.
Siguiendo a Han, la situación en la que tiene lugar un acto violento, a menudo tiene origen en el sistema. Ahora, surge una violencia autogenerada, pues la sociedad del rendimiento lleva a una autoexplotación. La presión sojuzga a todos quienes buscan mantenerse competitivos -incluso consigo mismos- en el mercado; es decir, la violencia tiene lugar en la soberanía misma del individuo, sin enemigo, ni sometimiento alguno y se acompaña con un sentimiento de libertad.
Anulado el enemigo, la falta de gratificación procedente del otro empuja a un rendimiento cada vez mayor, hasta el colapso, la depresión, el ‘burnout’. Esta violencia es abundancia y masificación, exceso, exhuberancia, agotamiento, hiperproducción, hiperacumulación, hipercomunicación, hiperinformación... Una desmesura en el individuo, por la eficiencia, por ‘poderlo todo’, por no fallar, hace que la violencia no se perciba como tal. La destructividad de esta violencia microfísica tiene su origen en un exceso de actividad, que se manifiesta como hiperactividad.
La violencia de hoy en día-dice Han- más bien remite al conformismo del consenso, que al antagonismo del disenso. Entonces, esa relación truncada con el otro -visible en actos de terrorismo y odio- se complementa con una extensión dentro de un individuo agobiado por voluntad propia y sometido a sí mismo.