Un explorador analizando una pinturas rupestres en Tailandia. Foto: AFP
Un antílope solitario, una silueta enigmática, una familia tomándose de la mano: escondidas en una gruta en medio de la jungla tailandesa, un equipo de arqueólogos acaba de descubrir pinturas rupestres que se remontan a más de dos mil años, un hallazgo poco corriente.
Kanniga Premjai trepa por una colina en el Parque nacional Sam Roi Yot, a cuatro horas al suroeste de Bangkok, abriéndose paso por la selva. Alcanzada la cima, entra en una cavidad y apunta con su linterna hacia los cuernos de un antílope grabados sobre la piedra.
“Al principio creíamos que se trataba de óxido acumulado en las paredes”, indicó a la AFP la arqueóloga, de 40 años. Pero, rápidamente, gracias a una aplicación móvil específica para estudios arqueológicos, logró distinguir los dibujos. “Grité muy fuerte”.
Su descubrimiento, el 14 de mayo, coronó meses de investigaciones por completo infructuosas, en los que exploraron sin éxito unas 40 cuevas.
Antiguas capitales reales, ciudades jemeres, templos: Tailandia ha revelado al mundo muchos restos que atraían a millones de turistas todos los años antes de la pandemia de covid-19.
Buscar pinturas rupestres es mucho más complejo: los sitios son de difícil acceso y el Departamento de bellas artes de Tailandia, encargado de la prospección arqueológica, carece de efectivos: en la oficina de Ratchaburi (sur) , que cubre seis provincias tailandesas, solamente hay un equipo de tres arqueólogos, entre ellos Kanniga Premjai, que se dedica a este tipo de excavaciones.
En Tailandia, lo esencial del trabajo “consiste en preservar lo que ya se ha encontrado”, explica Noël Hidalgo Tan, del Centro regional de arqueología y bellas artes de Asia del sureste. “Hay una enormidad de sitios inexplorados”, añade.
“Nunca sabemos con qué nos vamos a encontrar”, señala Kanniga Premjai, metiéndose en las otras cámaras de la gruta. Hay que buscar en cada rincón, cada acantilado, cada cavidad.