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La pared que ­dividió el mundo

9 de noviembre de 1989. La muchedumbre festeja la caída del muro, que había sido símbolo de la división de Alemania y del mundo en dos bloques. Foto: Peter Leibing

9 de noviembre de 1989. La muchedumbre festeja la caída del muro, que había sido símbolo de la división de Alemania y del mundo en dos bloques. Foto: Peter Leibing

9 de noviembre de 1989. La muchedumbre festeja la caída del muro, que había sido símbolo de la división de Alemania y del mundo en dos bloques. Foto: Peter Leibing

Hace 30 años cayó el Muro de Berlín. Dos años más tarde se extinguió la URSS. 

El aclamado violonchelista avanzó con paso rápido y resuelto por Unter den Linden, la avenida ‘Bajo los tilos’ que desde el siglo XVII era el símbolo mayor de Berlín. Miles de personas -todas sonrientes, todas felices- caminaban en la misma dirección, guiadas por el sonido incesante de decenas de picos y mazos golpeando contra el concreto. “¿Adónde va Mstislav Leopóldovich?”, le preguntó al paso, en ruso, alguien que en medio de la multitud reconoció al maestro. Y él respondió, muy seguro: “a dar el recital más alegre de
mi vida”.

A poca distancia de allí, 24 horas antes, unos cien periodistas de todas partes del mundo habían asistido a una conferencia de prensa sobresaltada y tensa, muy acorde con la situación de convulsión que reinaba en la ciudad. En efecto, Berlín estaba agitada desde el 7 de octubre, cuando un desafiante desfile militar para celebrar el cuadragésimo aniversario de la creación de la República Democrática Alemana se transformó, por la presión de la multitud, en una manifestación inmensa y espontánea contra el régimen socialista y a favor de la democracia y la libertad.

A pesar de los llamados del Gobierno a detener las protestas y preservar el socialismo, desde ese día las manifestaciones no dejaron de crecer en concurrencia y determinación. El 18, con el país en ebullición, Erich Honecker fue destituido de la Jefatura del Gobierno y sustituido por Egon Krenz, en un intento desesperado del Partido Socialista Unificado por impedir el desplome total. Pero ya era tarde.

Unos días después, ya en noviembre, los periodistas fueron convocados de urgencia al ‘Zentralkomitee’ del partido, para un anuncio “de especial trascendencia”. Y es que, para tratar de descomprimir la situación, el Gobierno se proponía flexibilizar parcialmente las leyes migratorias, de manera que, bajo ciertas condiciones, los ciudadanos de Alemania Oriental pudieran visitar Alemania Occidental por períodos cortos, con visas de duración limitada. Esa era la intención. Pero con las calles en turbulencia y el Gobierno en desbandada, las palabras fueron más allá de las intenciones.

Fue evidente, desde que Günter Schabowski, portavoz y ministro de Propaganda del Gobierno, empezara la conferencia de prensa, que la “declaración oficial” había sido preparada al apuro y que, por la improvisación, estaba repleta de imprecisiones. “El cruce por la frontera interalemana ya no tendrá restricciones”, dijo Schabowski, intentando poner en orden unos documentos que se le revolvían y no daban certeza a sus palabras.

-¿Eso significa que el ­Muro está abierto…?, preguntó, incrédulo, un periodista.
-(Dudando) Sí, señor.
-¿Desde cuándo?
-(Vacilando y consultando sus notas) Desde este momento.

Eran las 18:57 del 9 de noviembre de 1989. De la incredulidad, los periodistas pasaron a la urgencia. En estampida, se lanzaron a los teléfonos, a los télex o a carrera tendida, a sus respectivas redacciones. A los pocos minutos, los teletipos estallaron en el mundo entero: “¡Cayó el Muro de Berlín…!”. Los diarios lanzaron ediciones especiales, las estaciones de radio y los canales de televisión interrumpieron sus programaciones para dar la noticia. Al principio, la gente creyó que era una broma (como la ‘Guerra de los Mundos’, de H. G. Wells, que tantos espantos causó en los años 40)
o, tal vez, un error o un malentendido. Y es que todavía resonaba cada palabra de la advertencia que diez meses antes había lanzado Erich Honecker: “El muro estará ahí dentro de 50 y de 100 años”.

Pero, sí, el Muro había caído. Tras 72 años de dominio en Europa del Este, el régimen socialista ya no pudo sostener el peso de su fracaso. Había sido opresivo en lo político, ine­ficaz en lo económico y desin­tegrador en lo social y, claro, cuando la gente le perdió el miedo a la represión se lanzó a las calles. Lo hizo en 1956 en Hungría y en 1968 en Checoslovaquia, pero los dos intentos liberalizadores fueron sofocados a cañonazos por las tropas de la Unión Soviética. Pero en 1989, con Mikjail Gorbachov al frente del Gobierno soviético, ya no hubo “intervención fraternal para salvar el socialismo”. Y el Muro se desplomó. Un año después, en 1990, desa­pareció la República Democrática Alemana, absorbida por la República Federal Alemana. Y dos años más tarde, en 1991, se extinguió la Unión Soviética.

La noche del anuncio, con esa declaración aturdida y desprolija efectuada en la sede de los comunistas alemanes, cientos de miles de personas se dirigieron hacia el Muro: tenían que comprobar que la noticia fuera cierta. Pero a los guardias fronterizos nadie les dijo nada hasta cerca de la medianoche. Cuando finalmente el cruce fue habilitado, a los dos lados de la pared que durante 28 años, 2 meses y 27 días había dividido Alemania, estalló una fiesta como ninguna se había visto: la gente cantaba, reía, lloraba, gritaba, se abrazaba, se emborrachaba. Todos eran amigos de todos.

Algunos, los más audaces, fueron por picos y mazos y empezaron la demolición. El Muro -sinónimo de opresión, de terror y muerte- se había convertido, de pronto, en el centro de una fiesta tumultuosa y feliz que duró tres noches. Al segundo día, Mstislav Rostropóvich, el violonchelista más reconocido del mundo, quien en 1974 había huido de la Unión Soviética y se había refugiado en Occidente, fue al pie del Muro y dio el recital más feliz de su vida: la Suite número 2 para violonchelo, de Bach.

Era el final de la Guerra Fría, que había estallado en 1949, cuando la Unión Soviética se dotó de su bomba atómica y desafió la supremacía planetaria con que Estados Unidos había emergido de la Segunda Guerra Mundial. Durante cuarenta años, el bloque occidental-democrático y capitalista- se había enfrentado día tras día, en cada rincón del planeta, con el bloque oriental -autoritario y socialista-. Eran dos mundos y dos ideologías incompatibles y con vocación hegemónica. Berlín estaba en el centro del conflicto. El Muro era su símbolo mayor. El 9 de noviembre de 1989, al cabo de un largo proceso de descomposición, el régimen socialista colapsó. El Muro de Berlín se desplomó. La pesadilla terminó. Y ya transcurrieron treinta años…

*Periodista, escritor.