Oswaldo Reynoso, un escritor con talante de maestro generoso

Oswaldo Reynoso murió el pasado 24 de mayo, a los 85 años de edad; fue un ídolo juvenil. Foto: Archivo particular

Estoy ojeroso: mejor. Tengo el cabello crecido: mucho mejor. Cara de Ángel: sí. Nunca María Bonita. Ni mucho menos: María Félix. Que no se les vuelva a ocurrir llamarme así; porque les saco la mierda.
Estas líneas suenan al comienzo de Cara de Ángel, el cuento que abre el primer libro del escritor peruano Oswaldo Reynoso, llamado ‘Los inocentes’ y publicado originalmente en 1961.
Y es como si esas palabras se fajaran a golpes entre todas las otras palabras y dijeran no te metas conmigo. La segunda edición de ‘Los inocentes’ apareció casi enseguida con el título ‘Lima en Rock’, más comercial, según el sello que la imprimió, más ondero, también, tuvo un tiraje de 10 000 ejemplares y encabezó una colección que buscaba promover a los escritores sesenteros del Perú.
La consecuencia lógica de esa reproducción masiva hubiera sido que Reynoso, que había llegado recién a los 30 años, conquistara su país y se exportara. Pero no. Lo acusaron de corruptor de menores y un grupo de padres de familia elevó una protesta formal al ministro de educación para que le quitaran su título de profesor, que fue como siempre se ganó la vida, e impidieran su entrada a cualquier aula.
La censura cumplió su cometido y como siempre fue el prólogo de una liberación histórica: el libro alcanzó pronto la prestigiosa categoría de prohibido, se leyó de manera clandestina durante varias generaciones, se traficó y terminó convirtiéndose en un clásico de la literatura peruana.
En el 2011, durante una entrevista en televisión que entre otras cosas celebraba medio siglo de ‘Los inocentes’, Oswaldo Reynoso dijo esto: “Ese libro, que causó tanto escándalo hace cincuenta años ahora es texto de alumnos de secundaria. Me felicito a mí mismo. Eso quiere decir que la sociedad peruana ya no es tan intolerante, claro que sigue siendo intolerante, pero ya no a los extremos de esa época”.
Al principio de esa misma entrevista, como si fuese acaso el motivo para iniciar la conversación, el conductor del programa cuenta que hace pocos meses la crítica argentina había dicho que Reynoso era el secreto mejor guardado de la literatura peruana, solamente comparable con Vargas Llosa y con Julio Ramón Ribeyro.
Esto puede sonar exagerado, como cualquier cosa que diga un argentino, pero es más que justo y cumple con la necesidad de hablar de Reynoso fuera de su país; mejor aún, pronunciar su nombre en voz alta desde una potencia literaria que puede autoabastecerse perfectamente.
Lo extraño es que después de estas declaraciones, que son una especie de salvoconducto para que nosotros, el resto, que todavía esperamos órdenes de nuestros superiores, nos fijemos en su obra, el autor peruano siga siendo poco y nada distribuido en Latinoamérica aunque ya circule en Francia y Bulgaria.
¿Tú cómo supiste de él?, me preguntó una amiga peruana a la que torturé pidiéndole trivia sobre Oswaldo Reynoso, me lo preguntó extrañada y es comprensible, lo normal es no saber de él.
Le conté que hace varios años, en Lima, el colega que presentó mi primera novela en la feria del libro me dijo que ‘Los inocentes’ tenía una onda parecida, mucho diálogo callejero y juvenil, rock y cultura pop. Que era uno de mis ancestros, por así decirlo.
Buscamos los cuentos en varias librerías limeñas, en franquicias encadenadas y en huecas indie, hasta que lo encontramos en una pequeña papelería donde vendían, sobre todo, útiles escolares: la edición que tengo es de 2009, tiene en la portada una foto de James Dean y el sello del Plan Lector Perú Leyendo.
La leyenda era cierta, ‘Los inocentes’, una década posterior a Los olvidados de Buñuel, una película filmada por un español exiliado en México que vendría a ser, quizás, el primer acorde de la narrativa punk y misfit en Latinoamérica, está ahí, a la vanguardia desde 1961, defendiendo el lenguaje popular, el español caótico y rico en el que hablamos y no ese español neutral, falso e inventado con el que tanto y tan mal se escribe.
Sus personajes podrían ser amigos y hasta compañeros de los cadetes delLeoncio Prado de La ciudad y los perros, pero si viajaran de intercambio vivirían en las páginas del mexicano José Agustín, del argentino Manuel Puig o del colombiano Andrés Caicedo, escritores a los que sus compatriotas suelen malinterpretar como locales pero que poco a poco se van imponiendo como universales, contemporáneos y conectados entre sí aunque no se hayan conocido ni hayan compartido el poder, el glamour y la farándula de El Boom.
Oswaldo Reynoso murió el pasado 24 de mayo, tenía 85 años, el cuerpo ancho y una melena corta y blanca echada hacia atrás. Sigue siendo un ídolo juvenil en su país, un autor de iniciación y un personaje polémico: nunca se refirió ni a Túpac Amaru ni a Sendero Luminoso como grupos guerrilleros o terroristas, al contrario, hablar bien de Abimael Guzmán, a quien consideraba un humanista total, fue su lado oscuro y cuestionable; al parecer vivió su homosexualidad como el mexicano Carlos Monsiváis, es decir que nunca salió del clóset porque nunca estuvo adentro; los escritores que lo conocieron lo recuerdan sobre todo como un maestro generoso que siempre les abrió la puerta; se marginó a propósito, jamás firmó con una editorial multinacional –quizás tampoco se lo ofrecieron– porque no le interesaba que sus libros se leyeran fuera del Perú, pero su obra tiene que viajar como sea aunque él ya no pueda acompañarlos.
Nos quedan sus libros, que a la luz de hoy es como si se hubieran publicado ayer y que son lo único que debe quedar de un escritor que sabe defenderse solo.