La 'fanesca política' tiene su historia

Imagen que recrea la entrada a Quito de las tropas virreinales, provenientes de Perú, tras el alzamiento de 1809. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Imagen que recrea la entrada a Quito de las tropas virreinales, provenientes de Perú, tras el alzamiento de 1809. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Imagen que recrea la entrada a Quito de las tropas virreinales, provenientes de Perú, tras el alzamiento de 1809. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Las analogías gastronómicas suelen hacer más digeribles los intríngulis políticos. Entre los clásicos ecuatorianos está la ‘fanesca política’. Y viene a cuento en estos días de Cuaresma, que coinciden con una campaña electoral que lograría juntar de un lado del cuadrilátero a tirios y troyanos.

La primera noticia del uso de esta imagen para describir las alianzas entre facciones políticas de distinto cuño para alcanzar un objetivo común data de inicios del siglo XIX. En tiempos de la Revolución Quiteña, el realista Pedro Pérez Muñoz escribía a un amigo -imaginario, según las investigaciones de Fernando Hidalgo Nistri en el libro ‘Compendio de la Rebelión de la América’ (Fonsal, 2008)- lo siguiente: “Llaman en Quito Juanesca, a un plato que comen y les gusta mucho en que entra el garbanzo, el frijol, la lenteja, la haba, el chogllo, o maíz tierno, y otros granos; y la misma Juanesca o ensalada han armado para su gobierno republicano…”.

El platillo indistintamente llamado fanesca o ‘juanesca’ en la época evocaba una mescolanza. Mientras en gastronomía, la fanesca era, y es, una exquisitez, fuera de ese contexto su imagen era utilizada de forma despectiva. Al ejemplo de Pérez Muñoz se suma otro aplicado a la literatura local.

Hacia fines del siglo XIX, en el número XVI de la Revista de Quito, de julio de 1898, se publicaba la ‘Carta que Fray Colás dirigió a Fray Pinche y Marmitón, sobre el nobilísimo arte de la cocina’, y en ella se anotaba “el notable parecido que ciertos platos tienen a ciertas literaturas”. En ella se comparaba a la fanesca con algunos escritos y publicaciones periódicas de la época: “Juanesca indigestísima son muchas novelas y cuentos, millares de periódicos, libros, folletos, opúsculos, hojas sueltas, etc. etc. etc. Juanesca que produce timpanitis es ‘El Industrial’, ‘El Atalaya’, ‘La Sanción’, ‘La América modernista’, los versos de algunos académicos de la Ecuatoriana y muchas otras cosas;Juanesca que causa indigestión fulminante es la prosa del autor de la Campaña del Centro, y la de algunos colaboradores del ‘Ecuador literario”.

De vuelta a la política y al símil hecho por Pérez Muñoz, chapetón que, como relata Hidalgo Nistri en su libro, fue un realista vehemente, cabe tratar de entender por qué este apodó de fanesca a las juntas quiteñas que se enfrentaban a la Corona.

Los conflictos internos entre los insurgentes eran un factor poderoso para ello. Enfrentados entre sí y en bandos, sin embargo, seguían adelante por su causa compartida: reivindicar su autonomía frente a España; cada cual a su manera.

Tras la llegada de Carlos Montúfar a Quito en 1810, el 22 de septiembre, con los representantes de los cabildos eclesiástico y secular y de los barrios, se instaló la segunda junta de gobierno que buscó ser reconocida. Los diputados decidieron mantener en la presidencia a Ruiz de Castilla “para autorizar con su presencia, y aún con su firma” las acciones de la junta y designar como vicepresidente al Marqués de Selva Alegre.

Ese nombramiento dividió al bando de los insurgentes en dos partidos. El ‘Partido de la Junta’ era el de los Montufaristas y el otro partido, el de los Sanchistas, estaba liderado por Joaquín Sánchez de Orellana, marqués de Villa Orellana. Pesaba también mucho el hecho de que los Sanchistas eran más radicales. De todas maneras, en las juntas y esfuerzos que sucedieron a este episodio, solo pudieron salir adelante y enfrentar a la Corona juntos.

Un par de siglos después, el término ‘fanesca política’ sigue en boga para descalificar cualquier entendimiento entre sectores que no comparten idearios; que es, exactamente, lo que se espera de un sistema político saludable y democrático: acuerdos entre diferentes, a la luz del día, sobre puntos claves de convivencia.

En el 2012, en el marco de la obligatoriedad impuesta a las agrupaciones políticas de recoger firmas para inscribirse en el Consejo Nacional Electoral, por ejemplo, empezó a tacharse a la Coordinadora por la Unidad de las Izquierdas de ‘fanesca’; en abril del 2015 el término volvió a ponerse de moda, a propósito del Frente por la Unidad que buscaba convertirse en un contrapeso electoral al actual Gobierno. Jaime Nebot, Mauricio Rodas y Paúl Carrasco lideraban esta iniciativa.

Mientras que para el presidente Rafael Correa, en ese momento calificar de “fanesca política” a la reunión de los tres políticos era una forma de escarnio, para Carrasco la imagen simbolizaba “la unidad del país”. Dos años después, la posibilidad de que haya los votos suficientes para una alternabilidad parece depender de la tan mentada fanesca política.

En escenarios menos indigestos e inciertos, cabe volver a pensar en la fanesca que, aunque favorita de la época, era difícil de preparar: El presidente Barón de Carondelet (1799-1807) preocupado por la “felicidad pública” de sus gobernados, consultó si una gracia concedida de 1802 hasta 1807 (en España), podría extenderse a América y permitir el comer carne salvo en días específicos señalados. Carondelet aducía que en Quito “… no hay pescado de agua dulce, suma la escasez del de la salada, pocos y más caros que en España los lacticinios, y vegetales, de modo que en ninguna parte donde he estado, he visto tanta dificultad como en ésta para pasar la Quaresma”. Si la gracia fue concedida, no se sabe. Pero la fanesca sigue reinando en estas tierras, dentro y fuera de la cocina.

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