Una obra sobre el adobe como abrigo y división

Además de tierra, los adobes tienen objetos que reflejan lo cotidiano. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO

Además de tierra, los adobes tienen objetos que reflejan lo cotidiano. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO

Aquiles Jarrín y Emilio López levantaron la instalación en el MAE. Foto: Patricio Terán / El Comercio

Cuatro paredes de adobe fueron levantadas en el patio central del Museo Archivo de Arquitectura (MAE), en el tradicional barrio de San Marcos. Esta es una instalación del arquitecto Emilio López y del artista Aquiles Jarrín, con la que buscan generar reflexiones sobre cómo la tierra ha sido usada para expresar conceptos como la división o el abrigo.

La instalación es el resultado de un proceso colaborativo que López y Jarrín llevan a cabo desde hace 10 años. Han trabajado juntos en investigación y escritura de textos para Transhumante, una publicación que aborda la arquitectura desde la filosofía y que en cada edición propone un tema, como la ciudad o la fe.

Para la próxima entrega, López y Jarrín son los encargados de plantear los lineamientos para la convocatoria, con el tema de muros. Este asunto tiene una importancia coyuntural en la actualidad, debido a la propuesta de campaña del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de construir un muro en la frontera con México.

Los artistas no se limitaron a crear las bases para una convocatoria de textos, sino que propusieron que el debate salga de la escritura y llegue también al territorio del arte. Esto se ligó a una investigación sobre la materialidad que estaban llevando, entonces decidieron usar la materia prima de la construcción, la tierra, para hacer un objeto que se imponga en la arquitectura del Museo.

“Decidimos trabajar con la tierra y surgieron varias inquietudes, sobre cómo se la puede conjugar con otros materiales”, dice López. Entonces, empezaron a recolectar objetos cotidianos que encontraron en botaderos de basura, como una forma de arqueología contemporánea, para contar la época actual.

Además de tierra, los adobes tienen objetos que reflejan lo cotidiano. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO

La mezcla de tierra y agua se convirtió en contenedor de artículos como botellas, cepillos de dientes, gafas, muñecas, entre otros. Unos 600 adobes fueron elaborados por López y Jarrín en un terreno del Centro de Quito y con la ayuda de dos colaboradores. Después, fueron transportados en una plataforma al museo, donde se construyeron las paredes.

El primer acercamiento de los arquitectos que han visto la instalación tiene que ver con lo técnico. Sin embargo, López y Jarrín están más interesados en las reflexiones de personas con formaciones diversas.

“Es una obra que respira”, es uno de los comentarios que han recibido. La humedad que tenían los adobes y el proceso de asentamiento que han tenido han causado esa sensación de movimiento orgánico, principalmente para las personas que trabajan en el museo y ven todos los días la instalación.

‘Destierros’ está acompañada de un catálogo de poemas y textos literarios que también hablan acerca de la tierra, las murallas, el entierro, el hogar o la memoria.

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