El ganador del premio Nobel de Literatura del 2003, J. M. Coetzee, durante una charla magistral en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Foto: EL COMERCIO
J. M. Coetzee, premio Nobel de Literatura del 2003, habló en español en el inicio de una charla magistral en Guayaquil, en la que contó su experiencia bajo el régimen que impuso la segregación racial en su natal Sudáfrica y el aparato de censura a las publicaciones, entre las décadas de los 70 y los 80.
El escritor sudafricano, que participa como figura principal de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, agradeció la noche de este miércoles 7 de septiembre por la cálida bienvenida que ha recibido en el país.
“Es un gran placer visitar la feria del Libro de Guayaquil y también un placer de estar aquí, en el país que ha ofrecido asilo a Julian Assange, ese gran enemigo de la censura”, indicó el Nobel en un español dificultoso aunque comprensible.
Luego leyó en inglés su alegato contra la censura, que contó con traducción simultánea en español. El público llenó la sala principal con capacidad para 300 sillas, con decenas de jóvenes sentados en el suelo o escuchándole de pie, y con una pantalla transmitiendo su intervención afuera, donde se dispusieron más sillas.
El autor contó cómo en el apogeo del Apartheid que impuso el Partido Nacionalista se pudieron publicar obras suyas que mostraban escenas alrededor de la tortura o de sexo interracial, algo totalmente prohibido por el régimen, y que incluso excudriñaban en la culpa de los colonizadores blancos. Las obras a las que se refirió fueron ‘En medio de ninguna parte’, ‘Esperando a los bárbaros’ y ‘Vida y época de Michael K‘.
Los informes de los censores que aprobaron la distribución de sus libros le llegaron por sorpresa en 1994 cuando había caído el régimen y comenzaron a liberar los archivos del apartheid. E irónicamente sus libros se publicaron porque a pesar de sus escenas cuestionables para los lectores expertos que ejercían la censura, estaban dirigidos a “una minoría intelectual”, o clasificadas como “ensayo filosófico” u “obras de estatura“, “extraordinariamente bien escrita” pero que según ellos carecían de atractivo masivo.
Pero ahondó en cómo en esos años era imposible ignorar al censor, “siempre estaba sobre nuestros hombros” y había que leer dos veces los textos, la primera como autor y la segunda ponerse en la visión del censor, en una suerte de autocensura, contó.
El Estado sudafricano aplicaba la censura a nivel moral y político para que la nación blanca no se infectara de la decadencia moral que amenazaba occidente y para asegurar que la propaganda comunista no entrara al país.
Coetzee descubrió que sus censores eran colegas profesores o escritores -una era una reconocida escritora afrikáner, de origen holandés – que lo habían invitado a un café para discutir del estado de literatura nacional. Y el presidente del tribunal censor lo había invitado alguna vez a una parillada.
“Fui tratado de manera indulgente. Pero no protegieron a todos los escritores. Yo era blanco, de su misma clase, la clase media intelectual, y no era un escritor popular, no tenía alcance masivo. Ningún escritor de color pudo recibir el mismo trato“, dijo.
Aunque señaló como ingenuo y equivocado el raciocinio de sus censores. “Los libros o las obras de arte en general afectan el curso de la historia de formas múltiples, sutiles y usualmente indirectas”. Y también advirtió: “El espíritu de la censura está muy lejos de estar muerto”.