El monumento a La Fragua de Vulcano, sobre la reunión de los patriotas. Foto: otografiapatrimonial.gob.ec
A las once de la noche en punto sonaron dos cohetes, pero en un inicio no se advirtió ningún movimiento. Era el 8 de octubre de 1820 y Guayaquil estaba sumida en un profundo silencio, sin el menor rumor, según el relato del teniente español Ramón Martínez de Campos, oficial de las tropas leales a la Corona española acantonadas en la ciudad.
La revolución del 9 de Octubre de 1820, con la que Guayaquil alcanzó su independencia, era desde la mañana de ese día un secreto a voces. El oficial Martínez esperaba el sonido de los cohetes como aviso previo de un ataque, aunque tenía dudas de si se trataba solo de un intento de robo o de una verdadera revuelta.
El teniente aguardaba el desenlace en el domicilio del también advertido Benito García del Barrio, comandante del Batallón Granaderos de Reserva de la ciudad. El gobernador José Pascual de Vivero estaba a su vez avisado, pero desestimó los informes de una revolución . Y fue del parecer que se trataría a lo sumo de un robo, por lo que ordenó tres guardias de oficiales con 25 hombres, en los tres puertos fortificados del Cerro de Ciudad Vieja.
A las tres de la mañana volvieron a sonar los cohetes, a lo que siguió un ruido sordo afuera de la casa, según el relato del oficial español Martínez.
Preguntó el centinela: “¿Quién vive?”. Y la respuesta fue: “La patria y América libre”, seguida de una descarga cerrada de mosquetes y pistolas de 50 hombres, que reventó contra la pared de quincha (caña recubierta de barro), atravesadas por las balas de parte a parte.
En el domicilio se defendieron por “tres horas a vivo fuego”. Los hostigamientos a los alojamientos y las guarniciones españolas se extendieron hasta el alba, dejaron un número de heridos sin determinar y al menos 15 muertos, según la versión del bando perdedor.
Guayaquil conmemora 200 años de los hechos que le dieron su Independencia. La historia oficial registraba un único muerto en la Revolución.
Hasta cuando en 2010 la Academia Nacional de Historia del Ecuador publicó el hallazgo del historiador quiteño Enrique Muñoz: “Relación que hace don Ramón Martínez de Campos sobre la revolución del 9 de Octubre de 1820, cuando estaba de teniente de la tercera compañía del Batallón de Granaderos de reserva de guarnición en esta plaza y puerto” de Guayaquil.
El relato hace parte de un sumario militar hallado en el Archivo General Militar del Alcázar de Segovia (España). El teniente Ramón Martínez de Campos cuenta que, tras el ataque inicial, tomó sus pistolas y las descargó desde el balcón sobre el grupo de militares que se había rebelado y abierto fuego contra la vivienda.
Una guardia compuesta por dos cabos, ocho soldados y un asistente logró repeler en principio a los patriotas. Los 50 hombres que se rebelaron volvieron reforzados para atacar la casa del comandante. Estaban al mando del subteniente Hilario Álvarez. El ataque produjo dos muertos y tres heridos entre los militares españoles. Perderían la mitad de su fuerza a lo largo de esa madrugada.
El Municipio de Guayaquil recoge la historia como parte de una de las escenas del Bicentenario, en un carro alegórico exhibido estos días en la Plaza de la Administración. Dice que los patriotas tomaron los cuarteles españoles junto al pueblo de Guayaquil a partir del 8 de octubre de 1820 a las 23:00, hasta las cuatro de la mañana del 9 de octubre de 1820.
La mayoría de los seis cuarteles, fuertes y fortines españoles estaban ubicados a lo largo de lo que ahora son las inmediaciones del Malecón, o en cercanías al Palacio y el Museo Municipal, según el historiador Melvin Hoyos, director de Cultura del Municipio.
La casa del comandante español Benito García del Barrio y de los oficiales de los batallones se ubicaba en el centro, en donde hoy funciona la Biblioteca Municipal, agrega el historiador guayaquileño.
En la lucha en ese lugar murieron 15 personas de ambos bandos. “Fue duro sacar de ahí a García del Barrio, pero estaban abiertos otros frentes y mientras eso sucedía los cuarteles habían sido tomados”, relata Hoyos.
Luego de apurar el último cartucho, el comandante García del Barrio y el teniente Martínez de Campos se rindieron sobre las seis de la mañana. Se los desarmó y amarró juntos, espalda con espalda, “con mil vejaciones y tropelías” y luego fueron embarcados en la goleta Alcance.
Hasta el año 2010 la historia que se conocía estaba reconstruida en tres testimonios del bando ganador de 1820. Las versiones de los patriotas Manuel de Fajardo, José Villamil y José Roca, que fueron escritas mucho después, entre 1863 y 1890. El relato del oficial español, hallado en Segovia, es mucho más fresco en el tiempo, ya que fue tomado en 1828.
Al teniente coronel Joaquín Magallar, capitán de la caballería española y el único muerto del 9 de Octubre de 1820 que la historia registraba hasta 2010, “le quitaron la vida defendiéndose en su alojamiento”. El prócer venezolano Luis Urdaneta fue “el primero que de un pistoletazo le partió el brazo izquierdo”, apunta Ramón Martínez de Campos.
La vida les fue perdonada a Martínez, al primer comandante, al gobernador y al segundo jefe, a un capitán y al reverendo guardián de la iglesia San Francisco, fieles a la Corona española. Ellos fueron encerrados con ‘grillos’ (grilletes) en el buque en el que un día después serían expulsados.
Los oficiales identificados como Farfán y Rodríguez se quedaron en tierra y serían fusilados, según el teniente español. En la goleta Alcance se le interrogó al gobernador Vivero quién le había avisado de la revolución ocho días antes, pero este se negó a dar esa información revelada al inicio en confesión al padre apresado.
En el barco, con grilletes, Martínez habrá tenido tiempo para pensar cómo la actitud negligente del Gobernador -avisado por diferentes fuentes de la rebelión- obró a favor del complot de los patriotas.
Y en su propia vivencia. En la mañana del 8 de octubre, había visitado la casa de unas señoras Ponce, quienes le habían advertido sobre el alzamiento del pueblo. Le contaron que muchas familias se estaban yendo de la ciudad, “para evitar las desgracias que sin duda podrían originarse”. La revolución estaba en marcha.