El día a día de los alumnos foráneos de la Uartes transcurre en un hotel

Fotos: Joffre Flores y Mario Faustos / EL COMERCIO


Fotos: Joffre Flores y Mario Faustos / EL COMERCIO


Son las seis de la mañana y las calles del centro guayaquileño están semivacías, como si las gobernase una orden de toque de queda. Un par de turistas japoneses trota con sus pantalonetas de marcas estadouni­denses. Un señor ofrece desayunos ambulantes a bordo de una bicicleta maltrecha. Un taxista circula despacito para rastrear, con esa parsimoniosa velocidad, pasajeros que inauguren su jornada.

En ese sector, 72 estudiantes que no son oriundos de Guayaquil, y que viven gratuitamente en la residencia de la Universidad de las Artes, ubicada en el centro de esa ciudad, empiezan a desperezarse para -con algo de desgano juvenil- bajar al salón donde les sirven el desayuno.

La residencia abarca seis pisos del Hotel Doral: un alojamiento privado que galantea sus cuatro estrellas y que el Ministerio de Cultura y Patrimonio alquila para que sea el hogar de los alumnos ‘foráneos’.

(El periodista chileno Juan Pablo Meneses advierte en su libro ‘Hotel España’ que “vivir en un hotel para dedicarte a escribir historias puede transformar tu vida en una ficción”. Existe un robusto noviazgo entre los artistas y los hoteles. Desde el Renveyley House, que fue el techado irlandés donde James Joyce concibió gran parte de su obra, hasta el Oasis Hotel, donde Oscar Wilde escribió ‘La Balada de la cárcel de Reading’. Desde el Chelsea Hotel, donde el poeta Leonard Cohen elaboró un poema que lleva el mismo nombre, hasta el Hotel Las Delicias de Jorge Luis Borges y el Plaza Hotel de Octavio Paz).

Los estudiantes ya han bajado al piso donde les sirven el desayuno. Afrontan la primera disyuntiva existencialista del día: echarle leche o agua al café. Les ofrecen, también, una porción de frutas, huevos y un sánduche. Las clases inician a las siete de la mañana. La universidad queda apenas a cinco cuadras de ahí. Los más optimistas calculan que con salir tres minutos antes de la hora tope, llegarán puntuales. Los más precavidos dicen que es necesario hacerlo con 15 minutos de anticipación.

Algunos de los huéspedes del hotel, antes de salir a las clases, regresan a sus habitaciones para quitarse de encima los residuos de comida y, de paso, recoger sus mochilas. Otros -más inclinados al hábito de la organización- ya traen con ellos sus útiles universitarios y, también, un cepillo portátil y se lavan los dientes en el baño más cercano. Así se ahorran el trabajo de subir hasta los cuartos, que cuentan con un refrigerador, un televisor y dos camas.

Un optimista Luis Peralta sale dos minutos antes de la hora prevista y llega tarde. No puede ingresar a la clase de Taller Transdiciplinario y ver la película española ‘La vida sigue igual’. Allí, las bancas están organizadas de manera circular, como en un taller literario, para romper el tradicional esquema del profesor sabiondo que se coloca delante de sus alumnos (los 224 estudiantes que en total estudian en la universidad se benefician de esta modalidad pedagógica).

En una de las aulas en las que por ahora solo se dan clases de nivelación, la profesora cubana Amalina Bomnin imparte la materia Introducción a la Comunicación Científica. Bomnin habla sobre “las palabras que pertenecen a una sola familia léxica”. Unos ejemplos -con el lexema ‘art’- son útiles durante la sesión: art-ístico, art-ista, art-esano.

A las 13:00 terminan las clases y, diez minutos más tarde, los alumnos de provincias ya están almorzando en el hotel. Al llegar a sus habitaciones se topan con la regocijante sorpresa de que en los pasillos del hotel los reciben con música clásica. En las habitaciones, las toallas mojadas han sido reemplazadas por otras secas y perfumadas. Las sábanas destendidas han sido sustituidas por otras bien estiradas. Los retazos de papel cortados (vestigios de un deber de dibujo que les enviaron el día anterior) han sido comedidamente levantados del piso.

Ahora tienen el resto del día para dedicarse, exclusivamente, a elaborar sus tareas universitarias; ningún otro deber -doméstico o no- ocupa su mente, pues los seis pisos del hotel que les han sido asignados están impecables y silenciosos, listos para acoger el ajetreo estudiantil de sus jóvenes huéspedes.

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