González Suárez, ‘entre el deber y la conciencia’

El general Eloy Alfaro gobernó durante dos períodos. Retrato presidencial. Federico González Suárez murió hace cien años. Retrato de su arzobispado.

Sobre la muerte trágica de los Alfaro y sus compañeros, ocurrida el 28 de enero de 1912, se ha escrito mucho. Numerosos artículos, libros y ensayos dan cuenta del suceso. Unos más severos que otros, en donde los personajes que intervinieron en el acto son descritos conforme a la pluma e ideología de quien lo hace, ubicando a varios en un marco de dudosa inocencia. A otros se los condena abiertamente, a pesar de que luego de los hechos, la famosa “investigación policial” que duró algunos años, nunca castigó, y menos sentenció, a nadie por el trágico suceso.
El tiempo, a estos politiqueros, venga de donde venga su ideología, los deja efímeramente señalados, pero la Historia es la responsable de cuidar que hechos de esta magnitud no vuelvan a repetirse. Por eso no se puede obviar a otras figuras que por razones políticas e ideológicas muchos interesados quisieran olvidar. Tal es el caso del arzobispo Federico González Suárez, quien fue inculpado por sus detractores de haber participado indirectamente en la muerte de Alfaro y sus acompañantes.
No pretendemos delinear salvaguardias ni mucho menos, pero es importante para la historia nacional ubicar a sus actores, sobre todo a los más insignes, dentro del espacio que les corresponde, sin menoscabo de otras consideraciones, propia de los críticos.
El infausto suceso de hace 104 años fue motivo de grandes sufrimientos para el arzobispo de Quito. Lo cuenta en sus cartas confidenciales, sobre todo al obispo de Ibarra, Ulpiano Pérez Quiñones, a quien dirigió en dos ocasiones sendos pliegos, comentándole de manera muy precisa los acontecimientos. Hay una tercera carta que no es conocida y fue dirigida al cura Manuel Rosales Rivadeneira, ibarreño, quien fue su gran amigo mientras era obispo de la capital imbabureña. Entre otras cosas, le dice: “Manuelito, la muerte de los señores Alfaro y los otros prisioneros fue terrible. Jamás he tenido tan grande impresión y angustia, por lo que estoy sufriendo problemas de salud. Le aseguro que jamás dejé de intentar apaciguar los ánimos de las gentes, pero mis secretarios me lo impidieron. Quise, incluso, salir a las calles para rogar a todos dejen de cometer la barbarie que se hizo con los cuerpos inertes, sobre todo del general Alfaro, así como con el resto de ajusticiados, pero todo fue inútil. Salir hubiese sido un grave error, por cuanto la gente se hallaba henchida de odio, siendo la venganza principal instigadora de esta barbarie…..”
(Archivo de la Curia Diocesana de Ibarra. “Legajos del Obispo Federico González Suárez”, Carta sin numerar)
A pesar de su prudencia, los ataques no se hicieron esperar, sobre todo instigados por los llamados “placistas”. En un impreso llamado La voz del Pueblo, editado en Riobamba en febrero de 1812, se acusa al prelado de haber querido evitar la muerte de los Alfaro: “Se ha sabido que el arzobispo de Quito, con su proverbial incompetencia y desfachatez quiso evitar la muerte justa de los miserables Alfaros, causantes de tanta desgracia e infelicidad en el país, llegando al extremo de atreverse a publicar un pasquín llamado Súplica, en donde conmina al pueblo a detener el ajusticiamiento que por todo lado fue necesario y aleccionador para con los traidores y asesinos… En buena hora que este libelo fue retirado tanto por el Gobierno cuanto por sus propios sacerdotes que odian su amistad y relación con el homicida Eloy Alfaro, con quien este sotanudo tuvo estrechos vínculos”. (BAEP, Hemeroteca, Periódicos de 1912)
Se observa en este libelo el odio sectario, manifestado el propio domingo 28 de enero en horas de la noche, luego de que el arzobispo y un grupo de clérigos recorrió las calles de Quito buscando aplacar la furia popular, que incluso pretendía atacar e incendiar las casas de los antiguos colaboradores de Alfaro.
Hasta el Palacio Episcopal llegaron gritos estridentes de gentes que lanzaban consignas contra el prelado, pero que fueron “acallados por el propio pueblo, ya que reconocían la fortaleza del arzobispo, quien actuó con serenidad y altura en estos duros momentos y no cedió a las maquinaciones que le hicieron varios dirigentes políticos, entre ellos el propio general Leonidas Plaza, que se dirigió al obispo el 27 de enero, habiendo recibido el telegrama -cosa rara- el 28 a las siete de la mañana. Tengo la seguridad de que el proceder de González Suárez se enmarcó entre el deber y la conciencia, ya que no podía hacer otra cosa: oponerse radicalmente al ajusticiamiento de los Alfaro que se venía gestando desde el 11 de agosto del año pasado, hubiera significado un ataque virulento contra la Iglesia y su estructura, mucho más cuando se conocía la cercanía del obispo con el presidente, todo con fines absolutamente pacificadores y prudentes en bien de la paz ciudadana; sin embargo, esta relación fue arremetida con violencia por curas y conservadores enemigos acérrimos del liberalismo.
“Lo segundo hubiera producido una verdadera hecatombe en el país, puesto que la oposición y los enemigos de Alfaro, tomando como pretexto la actitud del obispo, se hubieran lanzado a las calles y producido verdaderas masacres contra liberales y masones que se hallaban claramente identificados… Dios quiso que el arzobispo actuara con mesura y mucha inteligencia, atendiendo al hecho de que su figura es respetada por todos, a pesar de que a varios no les agrada su postura radical frente a cosas tanto de la iglesia cuanto de la misma política (...)” (Carta de Diómedes Zambrano al cura Miguel Iturralde de Ambato, Quito, 26 de febrero de 1912. Fondo González Suárez, BAEP. No. 145. Zambrano fue profesor de Derecho de la Universidad Central del Ecuador. Muy respetado en Quito por su prudencia política. Ver Anales de la U. Central. Profesores de la Facultad de Jurisprudencia. No. 123)
Con la muerte del general Alfaro, el encargado del poder, Carlos Freile Zaldumbide, convocó a elecciones. Su afán era promover a Leonidas Plaza, quien fue sugerido como candidato a la Presidencia de la República. El ambiente era crítico entre los mismos liberales, acrecentado más todavía por la muerte súbita, el 5 de marzo del 1912, del general Julio Andrade, uno de los más firmes postulantes al solio.
Ante ello, y con el firme propósito de buscar la paz en el país, González Suárez emite una circular a todos los obispos del país, reclamando uniformidad en el modo de proceder en el asunto de elecciones presidenciales. “He resuelto -les decía- guardar el más absoluto silencio, observando una actitud meramente pasiva en punto a elecciones, sin dar a conocer mi adhesión a ningún candidato…Por fortuna, todo el pueblo ecuatoriano conoce bien cuál candidato ofrece más fundadas esperanzas para el establecimiento de un sistema administrativo de veras nacional y no partidista, y, por lo mismo, no necesita que nosotros le aconsejemos en la presente ocasión…”. (José María Vargas, Biografía de González Suárez, Quito, Edit. Santo Domingo, 1969, p. 259)
En síntesis, la figura del arzobispo González Suárez no solo es para la historia nacional la de un decidido luchador por la paz, sino un hombre del cual hay mucho que aprender.
*Doctor en Historia. Numerario de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica.