Martínez es docente de la Universidad de las Artes. Ha presentado ocho obras en Guayaquil y prepara montaje infantil en la Biblioteca de las Artes. Foto: Enrique Pesantes / El Comercio
En ‘La casa del perro’, la obra más representada del dramaturgo venezolano Julián Martínez, que sugiere el tema de las desapariciones forzadas, una pareja sufre de delirio de persecución, desconfía del servicio secreto de la nación, hasta que la paranoia de lo político se convierte en un pretexto para evadir los afectos. “El éxodo incluye también unos dolores reales y unas nostalgias inventadas, una suerte de fantasmagorías que se dejan atrás”, reflexiona el director teatral.
¿Podríamos ensayar una definición de lo que significa para usted el éxodo?
Éxodo viene del griego ‘exodus’, que significa salida. Y de ahí viene ‘exit’ en inglés. Solo que podríamos agregar que es una salida de emergencia, porque por definición es la marcha de una parte de la población hacia un lugar donde puedan sobrevivir o vivir mejor, de manera que se trata de una salida de emergencia del lugar en donde te encuentras. Y de ese lugar quieres salir, puede ser por emergencia económica, política, sociocultural…
En la raíz de la palabra está también ‘hodos’, que es sinónimo de camino…
El exiliado es un caminante con el que todos se podrían identificar, pero el éxodo suele tener esa connotación política, económica y social… Salir a caminar, lo cual es un gran placer, o emprender una aventura por muy arriesgada que sea -porque así se ha decidido-, no es lo mismo que tener que huir.
¿La definición cambia cuando es tu pueblo el que es forzado a salir de su país?
Muchas otras cosas cambian, en general la injusticia se siente con más nitidez cuando toca de cerca. Pero, por otro lado, la diáspora no es igual para todos, están los que tienen que irse a pie con una mano adelante y otra atrás, los que usan la salida de emergencia porque sentían que lo que ocurría era un incendio, y luego hay gente que corre con más suerte, y puede salir con menos penurias y menos precariedad.
El éxodo de la tradición judeocristiana está ligado a la liberación de la esclavitud. ¿Cree que se relacionan los éxodos actuales también con la noción de un tipo de esclavitud o de derechos conculcados?
La opresión política y la noción de la esclavitud es patente en el éxodo de los norcoreanos, por ejemplo. Pero también se vincula a guerras o desastres naturales, donde los que emplean la salida de emergencia no necesariamente se definen como esclavos. En el caso de Venezuela creo que está vinculado más a una debacle cruel e innecesaria.
Lo preguntaba por una limitación de disfrute de derechos y de libertades…
Sí, pero no creo que en Venezuela la gente llegue a sentirse esclava o no todos llegan a sentirse así. Y más bien puede que se sientan esclavizados en los lugares a los que llegan, porque muchas personas se aprovechan de la condición del emigrante pobre y lo explotan.
¿Por qué los grandes éxodos se convierten casi de forma inevitable en xenofobia y en discriminación?
Por varias razones, porque la diáspora implica que llegan muchas personas extranjeras a un lugar y se toman espacios locales, eso genera malestar porque digamos no se sabe dónde colocar a tanta gente que está huyendo. En el caso de las personas que no comprenden lo que está ocurriendo genera xenofobia, es una simplificación que puede ocurrir en cualquier lugar del mundo, se ve a la gente que llega como una amenaza, como invasores. Y luego está el miedo al extraño, el miedo al que no es de mi tribu, al que no es como nosotros, entonces hay como un rechazo muy antiguo y universal entre los seres humanos.
Decía que el éxodo es diferente dependiendo de las circunstancias en las que huyas. Y de ello también depende el discrimen…
Allí entra el elemento de la aporofobia, la fobia a los pobres. Entonces si eres extranjero, pero no eres pobre, si perteneces a ese pueblo que está en éxodo pero no eres pobre, no sufres discriminación en el mismo sentido. Si eres pobre, aparte de extranjero, puedes tener algo censurable según cierto contexto discriminante.
La idolatría era otra de las variables, en el sentido religioso, del término éxodo,. ¿En la contemporaneidad esa idolatría parece tomar un cariz ideológico?
Sí, y suele traer enormes desgracias porque nos convierte en un ciego con una pistola. Esto lo digo por una novela de Chester Himes donde hay un invidente con una pistola y la gente sale aterrorizada y el ciego pregunta ‘¿qué pasa?’, y le dicen que hay un ciego con una pistola y el ciego, que tiene el arma en la mano, pregunta ‘¿dónde, dónde?’…
En eso nos convierte la idolatría, mi ideología está por encima de la tuya ‘per se’, entonces verás a la gente de izquierda o de derecha defender lo indefendible. Y eso a veces desemboca en circunstancias tan deplorables que implican un éxodo. Es el caso de Venezuela, donde se instauró una especie de dictadura ideológicamente izquierdosa que terminó destruyéndolo todo para parecerse a Cuba, su madre ideológica.
En el caso judío, el éxodo pasó a formar parte de la identidad del pueblo. ¿Se puede prever cómo afectará un éxodo como el venezolano a la identidad de sus nacionales?
El problema es que el éxodo venezolano sigue ocurriendo, y seguirá mientras Nicolás Maduro siga en el poder y los países hermanos no terminen de entender la gravedad del problema, incluso a pesar de su preocupación por la cantidad de venezolanos que llegan a sus fronteras. De manera que no hay forma de preverlo. La tristeza por las familias rotas es uno los grandes signos. En nuestro caso es la primera gran diáspora, en general los venezolanos no eran una población de migrantes. Venezuela era un pueblo que recibía inmigrantes. Quizás lo que sí puede ocurrir es que dentro de lo que se está perdiendo por la diáspora también se gane en otras cosas, se gane en afectos en otros países, en humildad, en comprender y enriquecerse en otras culturas. Con suerte lograremos ampliar nuestras fronteras mentales y físicas.
¿Se puede entender el éxodo como una liberación o como un lastre?
También se pueden extraer cosas positivas, de hecho hay transnacionales venezolanas que antes no lo eran, se tuvieron que ir del país y crearon puestos de trabajo en Colombia, en Perú o en Chile. Y también depende de cómo se viva, el éxodo con un poco de suerte y algo de ánimo se puede vivir como una oportunidad, al igual que cualquier otra crisis. O como un lastre si entre la suerte y las posibilidades particulares se hace imposible superar esa sombra.
¿En el caso venezolano la única ‘tierra prometida’ es el retorno?
Muchas personas solo piensan en el retorno, otros encuentran la tierra prometida donde llegan. Y a veces esa ‘tierra prometida’ puede no ser ni siquiera el lugar a donde llegaste en la diáspora, ni es Venezuela, sino otro lugar.
¿Cómo lo interpela a usted a nivel personal esta situación, la del éxodo?
Me gustaría hablar del caso Guayaquil, que ha sido para mí una balsa salvavidas, por eso la palabra que me viene es agradecimiento, yo salí en mayo del 2015 cuando el gran éxodo estaba a punto de empezar. Llegué con trabajo a la Universidad de las Artes, hicieron una convocatoria internacional, me entrevistaron y mandaron a llamar…
¿Y cómo lo lleva?
Se vive con la tristeza de la distancia, con la alegría de los nuevos horizontes, con la molestia de cómo se mira al venezolano en general, porque digamos que la ignorancia siempre convierte a la minoría débil en el chivo expiatorio, en todas partes. Hasta en eso tuve suerte, la costa es bastante abierta. También se vive con tristeza porque veo a los compatriotas llegar como pueden a donde pueden. Y con alivio porque siento que me salvé, el régimen de Nicolás Maduro quería llevarme directo a la miseria, por ser un catedrático de una universidad autónoma y libre, y la única escapatoria que encontré fue la salida de emergencia.