Miriam Merchán ha dedicado gran parte de su vida a la cátedra universitaria. En esta charla habla sobre la trascendencia, a propósito de la obra y de las búsquedas de César Dávila Andrade. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
El próximo viernes (5 de octubre del 2018) se cumplen 100 años del natalicio de César Dávila Andrade, uno de los escritores más prominentes de la literatura ecuatoriana. Para celebrarlo, en los últimos meses, se han lanzado varias publicaciones, entre ellas ‘Distante presencia del olvido’, que incluye un ensayo de Miriam Merchán. Hace unos días, esta amante de la filosofía helénica se embarcó en el ejercicio de reflexionar sobre la idea de trascendencia que atravesó la existencia del escritor.
Para la mayoría de personas, la trascendencia está vincula a la idea de dejar una huella terrenal. ¿Cuál es la idea de trascendencia que atravesó la vida y la literatura del ‘Fakir’?
De las relecturas que he realizado, encuentro en César Dávila un quehacer poético en el que la palabra es fundamental. Es en la palabra donde él encuentra la trascendencia. Recordando a Homero, que habla de las palabras aladas, de estas palabras que vuelan y que trascienden el espacio y el tiempo, las del ‘Fakir’ todavía resuenan entre nosotros. También creo que su idea de trascendencia estaba vinculada a una postura epistemológica que implicaba el conocimiento del contexto en el que vivía.
Dentro de esos contextos estuvo Cuenca, la famosa ‘Atenas’ del Ecuador de la que finalmente huyó.
Si releemos su obra, se ve que vivía en una sociedad asfixiante y que le dolía. Quito, a pesar de que pudo haberle dado un poco más de comodidad, mantuvo viva su idea de mostrar su descontento por lo que pasaba en un mundo tan cerrado. Me pongo a pensar en ‘La batalla’, donde hace referencia a la animalidad y a ese deseo de placer momentáneo de los seres humanos para satisfacer sus necesidades básicas. Textos como este dan cuenta de su eterna búsqueda por entender las motivaciones del comportamiento humano. Para mí esas búsquedas también develan su afán de trascendencia.
¿Ese afán de trascender a través de la palabra y del conocimiento del ser humano no ha sido vinculado de forma errónea con su acercamiento al mundo oriental?
Muchas personas hablan de la búsqueda de la trascendencia del ‘Fakir’ relacionándola con el mundo esotérico. Más bien pienso que, en general, fue un ser humano que necesitaba encontrar muchas respuestas. En el epígrafe que usa para ‘13 relatos’ habla mucho sobre el dolor y creo que eso demuestra que era una persona que no buscaba única y exclusivamente el gozo o el éxito momentáneo. En su vida y en su literatura, Dávila se orilla a un lado del camino para ver mejor, para contemplar y para luego contar y denunciar y para tratar de entender a una sociedad que lo sobrepasaba.
¿Esta idea de ponerse a un lado del camino para luego contar o denunciar no lo conecta de alguna forma con Hermes?
Sí, porque Hermes era el mensajero de Zeus. Era un puente entre los dioses y los seres humanos. De él viene la palabra hermenéutica y la palabra interpretación.
Y también a la palabra hermético, algo de lo cual habla César Eduardo Carrión en su ensayo sobre Dávila Andrade.
Cuando hablamos de literatura hermética no debemos asumir que nos están hablando de una literatura críptica que es solo para iniciados, sino de una poesía que necesita ser sentida, releída y que pide que nos acerquemos a ella sin prejuicios. Uno de los prejuicios que se han creado alrededor de la obra de Dávila Andrade es que es solo para iniciados, cuando en realidad él busca sensibilizarnos frente a la realidad en la que vivimos. Busca que tengamos una conciencia política de lo que sucede. Pienso en textos como ‘Lepra’ o en ‘Un nudo en la garganta’.
También está la idea de vivir dentro de la marginalidad como mecanismo para alcanzar la trascendencia.
Sí, está la idea de situarse en la periferia que tiene mucha relación con la idea de humildad que implica compartir características de la tierra, del humus, que implica dejar florecer a nuestro alrededor la vida sin cobrar protagonismos extremos. Pienso que la vida de una persona de provincia que se vino a Quito, como en su caso, no debió haber sido fácil, que la vida para una persona pobre o empobrecida en Cuenca no debió hacer sido fácil. Hace poco conocí a una persona que conoció a la familia del ‘Fakir’ y me contaba que la madre tuvo una vida muy sacrificada. Entender su vida en el país fue parte de sus búsquedas y esas búsquedas le señalaban siempre carencias. Creo que su existencia siempre estuvo cifrada por la Ananké, la diosa de la necesidad.
En este ejercicio de la palabra como trascendencia, Dávila Andrade recurre mucho a los animales y a la animalidad, ¿por qué?
Pienso que utiliza este devenir animal para recordarnos que los seres humanos tenemos una esencia animal, pero también recurre a la humanidad como sucede en ‘El cóndor ciego’. Se puede asumir la animalidad humana desde un sentido connotativo en cuanto a cuáles son nuestras limitaciones o características relacionadas a nuestros instintos, pero también hay la posibilidad de mostrar la dignidad que tienen los animales, como sucedió con los caballos de Aquiles que lloraron por la muerte de Patroclo. Creo que un elemento fundamental de la trascendencia de César Dávila como poeta es que todavía sus textos pueden afectarnos a los lectores. Nos invita a que disfrutemos de su palabra pero al mismo tiempo a que nos comprometamos con ella.
Dávila Andrade vivió muchos años en Venezuela. ¿El desarraigo y el olvido también forman parte de sus ideas de trascendencia?
El olvido tiene como contraparte a la memoria y a la memoria se la relaciona con la trascendencia. A pesar de que él se haya exiliado en Venezuela creo que ese desarraigo formaba parte de una más de sus búsquedas. El desarraigo implica tomar distancias y esa toma de distancias puede implicar el surgimiento de la nostalgia, que es otra palabra griega vinculada al dolor por el retorno. No estoy segura de que él quisiera que lo olvidasen porque de lo contrario no habría escrito y publicado. Esa decisión implica constantes negaciones y cortes que tenía que dar en su vida. Hasta hoy se sueltan muchas interpretaciones sobre su suicidio y para mí eso también fue parte de otra búsqueda.
¿Si para César Dávila la literatura era una forma de trascendencia, su escritura puede ser considerada una forma de meditación?
El escribir y crear implica todo un proceso de meditación, de reflexión, de un trabajo minucioso y hasta rumiante hasta ver qué se puede conseguir desde la palabra. César Dávila era exigente, cuando lo lees se nota que tenía un proceso en el que meditaba y elegía las palabras, que no siempre fueron bien recibidas. Hay la anécdota del profesor del colegio que duda de que él sea el autor de un texto. Entonces no lo dejan gozar de ellas sino que lo humillan y hacen énfasis en sus limitaciones. Las limitaciones serán parte de las características de sus personajes, sobre todo los que se encuentran en situaciones críticas.
Si tuviera la posibilidad de sentar a Dávila Andrade con un filósofo griego para hablar de la trascendencia, ¿a quién elegiría?
Pienso que Sócrates sería un gran interlocutor porque era impresionantemente humilde y también impresionantemente sabio, cualidades que también fueron parte de César Dávila a pesar de su marginalidad. También lo pondría a reflexionar con Diógenes, quien se preguntaba mucho sobre qué somos, qué nos caracteriza como seres humanos y de qué somos capaces y si me dejas también lo pondría a conversar con algún estoico. Pienso que en algunas producciones literarias del ‘Fakir’ se pueden encontrar elementos del estoicismo y del cinismo. Sus textos nos muestran que a pesar de todo el desengaño que existe en la sociedad se pueden encontrar atisbos de esperanza.