Cien años de la mujer que hizo del Perú un poema

Chabuca Granda grabó ocho álbumes; el último fue ‘Cada Canción con su Razón (1982)’. Escribió cerca de 400 canciones pero solamente registró 150. Foto: Archivo / EL COMERCIO

Chabuca Granda grabó ocho álbumes; el último fue ‘Cada Canción con su Razón (1982)’. Escribió cerca de 400 canciones pero solamente registró 150. Foto: Archivo / EL COMERCIO

Chabuca Granda grabó ocho álbumes; el último fue ‘Cada Canción con su Razón (1982)’. Escribió cerca de 400 canciones pero solamente registró 150. Foto: Archivo / EL COMERCIO

Dos canciones, La flor de la canela y Fina estampa, bastan para darle la eternidad a Chabuca Granda, la figura más universal de los peruanos (con el permiso de Mario Vargas Llosa) y que este 3 de septiembre habría cumplido los 100 años de vida. Aunque ella sigue viva en cada cantante que pronuncia: “Déjame que te cuente, limeño”.

La enorme sombra que proyectan esas dos canciones, reinterpretadas por un centenar de artistas de diversos países y épocas, no deben ocultar su legado en diferentes ámbitos de la música y la cultura de América Latina. Renovó el valse, rescató la música de origen africano y se enfrentó a las adversidades.

Muchos artistas todavía encuentran en ella una inspiración para seguir.
La faceta tenaz, casi trasgresora, de Chabuca es la que permitió que el mundo conociera su obra, que bien pudo acabar en un cajón de oficina. A los 32 años, tuvo el valor de enfrentarse a su marido, el militar brasileño Enrique Demetrio Fuller da Costa, quien no estaba de acuerdo en que su esposa pretendiera ganarse la vida tocando la guitarra.

Ya tenían tres hijos, Eduardo Enrique, Teresa María Isabel y Carlos Enrique, que exigían atención. Pertenecían a la clase media alta peruana. Su lugar estaba la casa, con los críos, y no componiendo valses, como si fuera un varón y, peor aún, junto a otros hombres, bohemios trasnochadores. Al final, el brasileño la despreció por “conducta deshonesta” y puso fin a su unión de 10 años.

Es común leer que este divorcio permitió a Chabuca Granda, que en realidad se llamaba María Isabel Granda y Larco, iniciar su carrera en la música. Para ser precisos, la separación tras una década de matrimonio más bien generó que su música fuera conocida, pues de casada ya desarrolló una curiosidad artística que la llevó a explorar y a componer valses mientras trabajaba en una farmacia e incluso ganó, en 1948, un concurso con su primera canción, la legendaria Lima de veras, cantada por amigos suyos que no revelaron el nombre de la autora para salvarla del celoso marido.

Lima de veras, que habla sobre la historia de esa ciudad y los sentimientos encontrados por su futuro, inicia una etapa temática inspirada en la capital peruana de inicios de siglo XX y que duraría hasta los años 60. Criadores de caballos, madrinas, su propio padre (Fina estampa) y lugares como el Puente de los Suspiros y las casas afrancesadas de inmensos portales pueblan sus letras. En 1950, dos años antes de su divorcio, escribió La flor de la canela, en homenaje a una lavandera afroperuana llamada Victoria Angulo. Su obra hizo del Perú un poema.

Tras su divorcio, en 1952, Chabuca compuso prolíficamente y causó una revolución en el valse y la música popular peruana, pero no grababa ella misma sus canciones. La flor de la canela se grabó en 1953 por el trío Los Morochucos, pero fracasó. En 1954, el trío Los Chamas la grabó en una versión más tradicional y adquirió tanta popularidad que fue luego interpretada por diversos artistas y se convirtió en un segundo himno del Perú.

Chabuca tuvo que luchar un poco más para grabar ella misma sus temas, y no solo contra la arraigada tradición de compositores masculinos y el peso del escandaloso divorcio, sino contra la salud. En 1958, se operó de la garganta para superar una dolencia producto del cigarrillo, pues era fumadora empedernida. Salió del quirófano con otra voz: dejó de ser soprano para ser contralto.

El cambio le otorgó un sello particular, más grave, que aplicó en un cantar conversado con melodías estilizadas que tuvo éxito, primero en presentaciones en México, Argentina y Europa, y luego en el estudio de grabación. Su primer álbum recién apareció en 1963, en dúo con Óscar Avilés, un genio de la guitarra del Perú.

En los años 60, Chabuca gira sus letras hacia temas más sociales (la influencia de la trova y la Guerra Fría era general) y hace canciones sobre el guerrillero Javier Heraud, la cantante chilena Violeta Parra y el Gobierno Revolucionario de 1968. Chabuca no se definió nunca como izquierdista, sino como nacionalista y conservadora, pero se dejaba llevar por el corazón y componía sobre lo que le impactara. Como Violeta Parra, creía que la canción era una herramienta válida para el cambio social.

Su música se volvió vanguardista, bebió del jazz y la bossa nova, y rompió con la necesidad de que todo rimara. Tampoco temía dejarse ayudar por colegas como el argentino-peruano Lucho González para buscar nuevos sonidos. Y así también ayudó a sentar las bases conceptuales y sonoras de lo que se llamó Nueva Canción.

Esa colaboración fue invaluable en su tercera gran etapa, en los años 70, empeñada en el rescate de la música afroperuana. Subestimados por la clase dominante desde la Colonia, Chabuca fue clave para el redescubrimiento de ritmos como la marinera, el festejo, la zamacueca y el landó, además de que ayudó a difundir el cajón peruano y a diversos artistas y guardianes de la cultura negra. Se convirtió, finalmente, en un nexo para que el Perú, que tanto valora su pasado inca, también se reencontrase con su pasado africano.

La Chabuca polifacética no se limitaba a la exploración musical, sino a la incursión en otros ámbitos. Compuso villancicos navideños, redactó guiones de cine y obras musicales para teatro. Impulsó la carrera de colegas como Susana Baca, que ganó dos veces el Latin Grammy, y Eva Ayllón.

La muerte la sorprendió el 8 de marzo de 1983, por complicaciones luego de una operación de corazón en Fort Lauderdale, Estados Unidos. Desde entonces, integra el panteón de las voces más ilustres de América Latina, sobre todo de las mujeres que han hecho de la música un canto a la vida y han dado alegría y esperanza a sus pueblos.

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