Grupo de Danza Folclórica del Colegio Universitario de Portoviejo, que participó en la recreación de chigualo navideño. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Julio Villacreses, gestor cultural y coordinador del Café Cultural Argos de Portoviejo, describe al chigualo como un ensamblaje de todas las artes de la interculturalidad montuvia. Una fiesta de Navidad manabita, la contraparte de la novena, que tiene elementos de literatura y oralidad a través de coplas de amorfinos o del contrapunto, la música en los cantos al Niño Dios, la danza de los juegos de rueda, la gastronomía y la propia artesanía de los pesebres.
Tras un panel organizado en el Jardín Botánico de Portoviejo, se reiteró el pedido de declaratoria de patrimonio inmaterial para el chigualo de Manabí, el inicio de un proceso de salvaguarda que evite la desaparición de esta expresión de la religiosidad y la propia cultura popular de la provincia.
“El chigualo se sigue celebrando, pero de una forma devaluada. La Iglesia dice que es una fiesta muy larga, pues se extiende tradicionalmente hasta el 2 de febrero”, señala Villacreses. “Hay que adaptar y recrear el chigualo a nuestros tiempos, pero respetando nuestros términos, los juegos para los niños, las coplas y cantos al Niño, la gastronomía…”.
Se trata de la fiesta de Navidad de la cultura montuvia, una celebración que contiene elementos de identidad, una connotación religiosa, además de elementos paganos.
Carlos Avellán, profesor emérito de la Universidad Técnica de Manabí e investigador de la oralidad, considera imposible detener los procesos de aculturación que trae consigo la globalización y la tecnología. Él cree necesaria la creación de una cátedra de identidad regional. Resalta el sincretismo de las influencias españolas -reyes y ciudades ibéricas perviven en las coplas-, con la influencia indígena y el rito chamánico de bendecir la luz (el sol) el día de las Candelarias el 2 de febrero, en el fin de la celebración.
El chigualo, que según el investigador nació en las montañas de la provincia, consta de coplas y cantos al Niño y juegos de ronda. En una segunda instancia, cuando se cubre al Niño en el pesebre, tomaba una connotación romántica, con “versos de doble sentido y lance afectivo” y la embestida “agresiva” del contrapunto.
Antaño, la celebración se extendía hasta la madrugada e incluía cena, dulces, bebidas fermentadas y la designación de priostes (o padrinos).
Sunhy Choi, quien hizo una investigación de campo y preparó un trabajo coreográfico para una velada del Café Argos, indicó que en la actualidad la celebración se acorta a la mitad, en días y horarios. El gran reto es interesar a la niñez actual en estos cándidos juegos.