La repentina partida de Hernán Rodríguez Castelo convocó a sus familiares y amigos en la funeraria Memorial, en el norte de Quito, la mañana de este miércoles 22 de febrero. El historiador, ensayista y crítico literario falleció a los 83 años.
Una mañana de frío y neblina acompañó la ceremonia religiosa que ofició el padre Carlos Moncayo, como acto de despedida y homenaje a uno de los grandes referentes de la historia, el arte y la cultura del país. Alrededor de unas 200 personas compartieron el momento de recogimiento en el que se reflexionó sobre el bautismo como el sacramento en el que se renace a la fe cristiana, hasta el momento de la muerte, que abre el camino a una nueva vida espiritual.
Compañero de aulas y amigo personal de Castelo, el padre Moncayo recordó con nostalgia los años de noviciado que compartieron en la comunidad jesuita. Los dos fueron enviados a estudiar teología en la Universidad de Comillas, en España, hasta que Moncayo se ordenó de sacerdote y Castelo renunció a los votos para regresar al Ecuador y dedicarse al estudio de las letras y la cultura.
Del tiempo que compartieron, Moncayo recuerda la broma que le gastó a uno de sus compañeros jesuitas, en una hacienda en Machachi, cuando se dedicó a recoger algunos sapos para liberarlos en el cuarto de uno de sus compañeros y provocarle un susto.
El mejor legado para su hija mayor, Sigrid Rodríguez, es los vínculos afectivos que cultivó a lo largo de su vida entre sus familiares y con sus amigos, convirtiendo su casa en el punto de encuentro, donde se compartieron innumerables tertulias.
“Tenía mucho miedo de no poder producir y envejecer”, dice Sigrid sobre un hombre que se mantuvo activo y pendiente de la coyuntura social, cultural y política del país hasta sus últimos días. Sobre su escritorio queda trabajo pendiente, dice su hija sobre una serie de publicaciones que quedaron pendientes, como un libro sobre el paisaje en la pintura ecuatoriana, y cuya publicación queda ahora en manos de uno de sus hijos.
Susana Cordero de Espinosa, directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, se dirigió a los presentes para resaltar el recuerdo del investigador incansable, el maestro provocador o el apasionado lector, que amó el contacto con la naturaleza durante toda su vida. “Nuestro premio Eugenio Espejo quedó para siempre huérfano del nombre de Hernán”, dijo Cordero sobre un reconocimiento para el que no le faltaron méritos, pero que le fue esquivo durante su larga trayectoria.
Su amigo Simón Espinoza, se refirió a Castelo como hincha de los ‘puros criollos’, entre los que destacaban figuras como García Moreno, Juan de Velasco, Juan León Mera, Ángel Felicísimo Rojas, Julio Zaldumbide, Juan Bautista Aguirre, Benjamín Carrión, entre otros. Destacó su prolífico trabajo como escritor que se refleja en una vasta bibliografía de alrededor de 128 libros, entre los que se destacan el ‘Diccionario crítico de artistas plásticos ecuatorianos del siglo XX’, ‘Historia general y crítica de la literatura ecuatoriana’ o ‘la Biblioteca de Autores Ecuatorianos de Clásicos Ariel’. “Pasadas unas pocas décadas, Hernán ocupará su puesto junto a Juan de Velasco, Pedro Vicente Maldonado, Juan Montalvo, Juan León Mera”, auguró.
Francisco Proaño, secretario de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, lo recordó como un maestro que provocaba inquietudes intelectuales y académicas. Detrás del académico, Proaño destacó la figura del hombre y ciudadano crítico y defensor de las libertades básicas.
Los asistentes expresaron su solidaridad con la familia, entre frases de apoyo, expresiones de cariño y gratos recuerdos. Luego de la ceremonia, sus restos fueron trasladados hasta el camposanto Jardines de Valles.