Hace más de cuatro años, cuando Correa pretendió bautizar al flamante edificio de Unasur con el nombre de Néstor Kirchner, escribí un artículo sobre el culto a la personalidad. El diario La Nación de Buenos Aires había criticado el endiosamiento de la familia Kirchner al informar que “más de 140 calles, avenidas, monumentos, plazas, barrios, escuelas, hospitales, puentes, gasoductos, torneos deportivos y hasta un aeródromo” ostentaban su nombre.
Recordé que, a lo largo de la historia universal, quienes habían ejercido el poder absoluto y dictatorial habían sido los más empeñados en “eternizar su memoria” mediante la construcción de estatuas, monumentos y otros símbolos de homenaje. Stalin lo hizo en la Unión Soviética, Sadam Hussein en Iraq, Trujillo en la República Dominicana. Todas sus estatuas fueron desacralizadas, derrocadas y destruidas cuando los pueblos que habían padecido su tiranía redescubrieron los valores de la libertad.
Guardando las proporciones, algo parecido está ocurriendo ahora en nuestro Ecuador. La voz de un ex Alcalde de Quito se ha levantado severa para exigir que, ante el repetido descubrimiento de las incorrecciones y abusos que se atribuyen a Néstor Kirchner en el gobierno de la República Argentina, la estatua que deshonra el ingreso al edificio de Unasur sea retirada por las autoridades pertinentes, antes de que el pueblo, enfrentando la eventual falta de acción oficial, lo haga con sus propias manos. El Alcalde Rodas se ha manifestado dispuesto a coordinar las acciones necesarias para lograr tal propósito.
Nadie puede dudar de que ese es el sentir de casi todo el pueblo ecuatoriano.
Se ha sugerido también, con suficiente lógica argumental, que esta iniciativa se aplique a todas las estatuas de Kirchner colocadas en espacios públicos ecuatorianos. Similar sugerencia debería hacerse a la Asamblea Nacional, en relación con la condecoración que su presidenta, la señora Gabriela Rivadeneira entregara, en su tiempo, a la señora Cristina Kirchner acusada, como su marido, de graves incorrecciones en el desempeño de la Presidencia de la República.
Todas estas eventuales medidas tendrían que ser adoptadas y ejecutadas con la delicadeza necesaria para que, al mismo tiempo, quede perfectamente en claro el fraternal e invariable aprecio que el Ecuador tiene a la República y al pueblo de Argentina y su voluntad de fortalecer constantemente esos lazos de amistad, basados en el respeto a los principios de ética que son patrimonio común de ambas naciones y en las convicciones democráticas de ambos pueblos.
Que me sea permitido concluir expresando el deseo de que la conmemoración de la Fiesta Nacional de nuestro país recobre el solemne simbolismo del que se le despojó durante 10 años.