Aunque goza hoy de una mala fama inmerecida, por culpa de su prima la adormidera, la amapola es una flor con gran historial.
Su linaje se remonta a los sumerios (5000 a.C.). La tradición cuenta que los famosos jardines de Babilonia estaban repletos de estas flores.
Es una planta anual que mide entre 25 y 90 cm y se encuentra en casi todo el mundo. La amapola no vive más de 10 meses. Los capullos de la amapola, si aún están poco hechos, tienen, dentro de sí, los pétalos blancos (monjas), que enrojecen rápidamente. Cuando están a punto de reventar se vuelven de un rojo encendido (frailes).
La amapola florece a partir del mes de marzo. Se cultivan a pleno sol, en un suelo más bien seco y pobre en sustancias orgánicas para las amapolas. Necesita de riegos moderados una o dos veces por semana, según el tiempo y la estación.
El cultivo es fácil: al cabo de cierto tiempo de caerse los pétalos, las cabezas florales se engordan y, casi secas, abren unos orificios por donde se expulsan las semillas para su diseminación. Es el momento de recoger multitud de pequeñas semillas que se guardan en seco y se plantan en marzo, con una distancia de 80 cm entre ellas.