En cuidados críticos, pacientes y médicos luchan contra el covid-19

En el Hospital Carlos Andrade Marín, del Seguro Social, se ha atendido a 1 220 contagiados con el virus; 127 estuvieron en terapia intensiva, en 34 camas. Foto: Cortesía Hospital Carlos Andrade Marín

En el Hospital Carlos Andrade Marín, del Seguro Social, se ha atendido a 1 220 contagiados con el virus; 127 estuvieron en terapia intensiva, en 34 camas. Foto: Cortesía Hospital Carlos Andrade Marín

En el Hospital Carlos Andrade Marín, del Seguro Social, se ha atendido a 1 220 contagiados con el virus; 127 estuvieron en terapia intensiva, en 34 camas. Foto: Cortesía Hospital Carlos Andrade Marín

Frente a la puerta de acceso, enfermeros y médicos son recibidos como si se prepararan para ingresar a otra dimensión. En fila esperan para que les tomen la temperatura con un termómetro infrarrojo, tipo pistola y les entreguen el equipo de protección. Así están listos para atender a los pacientes con covid-19, en la unidad de cuidados intensivos (UCI).

Ya dentro de la UCI del Hospital Carlos Andrade Marín, del IESS, el visor, el respirador de cara completa con filtros y el overol los hace lucir como ‘astronautas’. Pese a la indumentaria no dejan de escuchar los pitidos de los monitores de la frecuencia cardíaca y otros signos vitales, así como de las alarmas de ventiladores, que hacen la labor del pulmón.

Entre el ‘pipipipipi’ de las máquinas -que les obliga a correr a vigilar al paciente- oyen su propia respiración, en medio del sello hermético de la mascarilla facial. El vapor de la inhalación y la exhalación provoca que seguido los visores se empañen.

Cristian Cevallos, de 41 años, preside la Sociedad Ecuatoriana de Cuidados Intensivos y lleva una década en ese hospital. Pese a la experiencia, reconoce que en estos meses, cada vez que ingresa a la UCI, sufre un impacto visual.

Acá -cuenta- siempre hemos tenido pacientes críticos, pero no en la dimensión de los que llegan por covid-19. El 50% usa ventilación mecánica y está en la posición ‘decúbito prono’ (boca abajo).

Hasta ahora en el Carlos Andrade Marín han atendido a 1 220 contagiados y han dado de alta a 350. 127 personas en estado crítico han llegado a una de las 34 camas de terapia intensiva, que escasean.

La mamá de un emergenciólogo -recuerda Cevallos- llegó aún consciente. Le dijo ‘tranquila, te vamos a dormir y haremos todo para sacarte de aquí. Te despertaremos cuando estés bien’. Luego de 10 días por fortuna la extubaron (retiraron la vía artificial, para que respirara autónomamente). Aunque el caso no es común.

Todos los pacientes de la UCI están como dormidos, se les lleva al coma con medicina. Y si mejoran se les reduce la dosis. Así despiertan para poderlos ‘destetar’ (quitar la cánula, la intubación).

Lo apunta una de las enfermeras, que también se siente abrumada por la dureza de esta pandemia. Ella y sus compañeros cuidan de los enfermos en primerísima fila, nadie les cuenta sobre la saturación de las UCI, lo viven. Con esfuerzo los cambian de posición varias veces al día para evitar que su espalda y rostro se laceren. Y aunque están del lado de la ciencia, no dejan de encomendar a Dios a estas personas.

Los enfermeros dicen que al salir del turno de seis horas están exhaustos. Al acelerar el paso en el largo pasillo de la UCI, la sensación de fatiga es inmediata. El caminar, por el peso de los trajes y los dobles zapatones, es más lento, como si estuvieran en el espacio.

Sudan todo el tiempo. Quienes aún no han educado su vejiga para permanecer largas horas con el overol de bioseguridad sin ir al sanitario, para no desperdiciar la protección, están usando pañal. Buscan evitar accidentes, como el que le ocurrió hace unas semanas a alguien que no resistió...

Buena parte de las enfermeras ha cambiado de ‘look’ en estos meses, obligadas por la necesidad. Quienes tenían cabello largo hasta la cintura se lo han recortado hasta los hombros e incluso más corto; todas se rapan la nuca.

Buscan que el gorro quirúrgico cubra todo y que la capucha del overol no se caiga en la jornada. La transformación no es visible, nadie se reconoce, casi no se oyen.

No los identifica ni Luis Zambrano, el guardia del cuarto piso, que llora al hablar de lo que viven en la unidad.

A Héctor Martínez, médico tratante, como al intensivista Cristian Cevallos se los ve en los cubículos, adecuados para que se comuniquen con familiares de los internados. Los mueve la convicción, dice el primero, quien se siente deshidratado y con poco oxígeno tras unas horas de atención.

Ambos colegas tocan el cielo cuando ven que alguien deja la unidad. Para Cevallos es desgarrador dar noticias catastróficas sin ver a sus interlocutores.

Pero no tiene más opciones. El riesgo de contagios se multiplicaría con familiares en la sala de espera. Todos los días los telefonean para contarles sobre la evolución de su ser querido. En los estrechos cubículos hay mesas, sillas y computadoras. Desde ahí les dicen que hicieron todo pero no hubo un resultado favorable.

Ellos escuchan sollozos y pedidos para que les permitan ir al hospital o les envíen una foto para despedirse de padres, madres, hijos o parejas.

Guía del especialista

‘La familia requiere hablar sobre conflictos’ 

Valeria Grijalva, psicóloga clínica de la PUCE

Los conflictos familiares se dan de manera regular. Pero, el confinamiento puede acrecentar estos comportamientos. Si bien se propone que este tiempo sea un momento para pasar en familia, es importante reconocer las necesidades individuales.

Los niños requieren mayor atención y probablemente deseen pasar la menor cantidad de tiempo solos, al contrario de los adolescentes, quienes desean intimidad y contacto virtual con amigos. Los adultos también necesitan un espacio individual.

La mayoría de conflictos tienen que ver con actividades cotidianas, por lo que ayuda poner reglas claras para el uso de espacios comunales, así como definir los horarios de encuentro y actividades a realizarse de manera conjunta.

Si es una familia numerosa, hay que definir momentos para analizar los motivos más comunes de conflicto y buscar soluciones, tras más de 80 días de encierro.

Si ya afrontan conflictos, alguien debe tomar la iniciativa de generar una cita entre involucrados. Hay que reconocer quien puede mediar y definir el momento de encuentro adecuado.