Las cumbres de presidentes han dejado de ser esperadas como escenarios de anuncios de acuerdos y voluntades entre los países miembros. Hemos dejado atrás la OEA, Aladi, ALCA, CAN, Mercosur, Unasur, Alba .. y suman y siguen. Los resultados: fracaso del proceso integrador y desencanto de la ciudadanía ante un hecho que hubiera podido significar un paso trascendente en la construcción de un espacio geográfico común donde habitantes y productos puedan intercambiarse de manera más fluida. La causa: la retórica de la integración queda sepultada por el discurso virulento y agresivo de sus presidentes. La gran mayoría de ellos interesados en hacer del conflicto un espacio de mantención del status quo que dicen combatir y afirman estar en contra. La propuesta integradora solo admite una convicción: la voluntad de llevarla adelante con respeto y responsabilidad.
El agonizante Mercosur pretende ahora incluir a la Venezuela chavecista ante la oposición del Paraguay cuya gran mayoría observa que tener en el grupo a una persona del carácter y desequilibrio del Mandatario venezolano solo conseguirá acelerar su muerte antes que consolidarlo. La pretensión de Brasil de hacerlo parte, solo encuentra argumento en convertir a la Unasur en el foro único de integración de un subcontinente inundado de desconfianzas, dudas e improperios. ¿Cómo pretender que funcione un proyecto integrador cuando Argentina impide el paso de los buques paraguayos porque un sindicato afín del Gobierno lo cree conveniente? O, ¿cómo entender la voluntad bolivariana de integración cuando se protegen terroristas y se bombardean campamentos? Podríamos seguir culpando a los demás países que no quieren nuestra integración pero está claro que muchos de los gobiernos nuestros se empeñan tozudamente todos los días en volver imposible el sueño de Bolívar o San Martín. América Latina necesita madurar, abandonar su estado de adolescencia perpetua para una fase adulta donde el compromiso, la palabra empeñada, los convenios firmados valgan y existan porque hay una clara voluntad de sepultar prejuicios históricos y actitudes más cercanas a la involución que al desarrollo de una integración supranacional.
Si creemos que con empellones, agravios e insultos es posible construir desde el odio, la malquerencia y el resentimiento sociedades sólidas es que francamente no entendemos la más elemental forma de relacionamiento humano e institucional.
La única manera real de integración será posible cuando los gobiernos democráticamente electos abandonen la belicosidad con la que tratan a todos aquellos que disienten con sus políticas internas sean estos periodistas, empresarios, indígenas. No se puede ser hacia afuera lo que se niega hacia adentro.