Cuba: la encrucijada

Hay víctimas muy caras. El albañil negro Zapata Tamayo, muerto de hambre y sed en las cárceles cubanas, es una de ellas. Se llevan a la tumba a sus asesinos. Los Castro debían saberlo. La muerte de Pelayo Cuervo, un líder opositor durante la dictadura de Batista, fue una de esas víctimas. Tras su asesinato no quedó espacio para una solución política. Al dominicano Trujillo le ocurrió algo parecido con el crimen de las hermanas Mirabal. Marcó el comienzo del drama que condujo a su ejecución y al fin de su tiranía.

La reacción internacional ha sido devastadora para la imagen del régimen. El Parlamento Europeo, el espacio democrático más prestigioso y grande del planeta aprobó una severa condena.

Tras el ejemplo europeo, el cantautor Pablo Milanés se atrevió a alzar su voz.

Simultáneamente, aparecía una carta acusatoria en Internet (http://orlandozapatatamayo.blogspot.com/p/carta) que ya tiene miles de firmas. Muchas pertenecen a los demócratas de siempre –Mario y Álvaro Vargas Llosa, Fernando Savater, Enrique Krauze--, pero esta vez, acaso arrastrados por los cineastas Pedro Almodóvar y Fernando Trueba, también la suscriben comunistas como los cantantes Víctor Manuel y Ana Belén, y la actriz Pilar Bardem, cansados de los excesos estalinistas cubanos.

¿Qué está pasando en el mundo? Se agotan la paciencia y simpatías castristas fuera del ámbito de los estalinistas. Ya no hay consideración posible para un régimen que lleva décadas encarcelando y matando adversarios pacíficos. Cuando Raúl Castro asumió el poder, circuló la vaga esperanza de un cambio gradual hacia mayores espacios de libertad política y económica, pero Raúl es más de lo mismo, aunque sin la curiosidad antropológica que despierta Fidel.

¿Y qué pasa en Cuba? Por una parte, los opositores demócratas, en especial las indomables Damas de Blanco, continúan saliendo a las calles a pedir la libertad de sus familiares presos, aunque el régimen las golpee y las arrastre por el suelo una y otra vez. Por la otra, hay muchos funcionarios del régimen avergonzados por la represión, deseosos de enterrar un sistema incapaz de dar a los cubanos un poco de bienestar material y que les arrebató la libertad, la armonía familiar y la paz.

Los Castro están abocados a la clásica disyuntiva que sacude el final de los regímenes caudillistas: o abren la mano y toleran que la sociedad exprese sus quejas y escoja sus preferencias o reprimen con mayor severidad cualquier manifestación de inconformidad.

Lo que casi nadie cree, dentro o fuera de Cuba, es que, muertos los Castro, esa pesadilla continuará viva.

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