Mauricio Bayas
Ellos viven décadas en las aulas de los colegios pero ninguno de los cuatro personajes posee título de bachiller. Su tarea consiste en limpiar las oficinas, aulas y patios de los establecimientos Mejía, Montúfar, Manuela Cañizares y 24 de Mayo.
Son conocidos como porteros, auxiliar de servicios o conserjes; pero su función es la misma: vigilar que ninguno de los estudiantes entre o salga sin autorización de los colegios y mantener limpio el edificio. Por su rol de abrir las puertas de las aulas, limpiar y volverlas a cerrar han llegado a manejar hasta 60 llaves.
Son historias y anécdotas se escriben en los colegios. En algunos casos su papel de conserjes va más allá de su función. Son vigilantes de los estudiantes y guardianes de las instalaciones.
Han visto pasar a rectores, profesores y estudiantes durante décadas. Aunque hay alumnos que no los quieren; ellos dicen que siempre actúan por su bien. Incluso, llegan a convertirse en inspectores del desempeño académico y de asistencia.
‘Don Pozito’ es una leyenda en el Mejía
A Lauro Pozo le identifican en el colegio Mejía como el popular ‘Don Pozito’. Él empezó a los 22 años como conserje del colegio nocturno. Luego, a los dos meses, empezó a trabajar durante el día. En esa época ayudó en los talleres de cerámica. “Era conserje de la inspección y me confundían como estudiante”.
Desde su función de portero, por su juventud, recibió una tarea curiosa cuando comenzó su labor. Con una carpeta bajo el brazo y ataviado con ropa juvenil, se infiltraba entre los estudiantes durante las protestas callejeras, en 1972.
Él identificaba a los cabecillas de las protestas y pasaba un informe al rector de ese entonces, Hugo Cornejo Rosales. Posteriormente, fue trasladado a conserje de la piscina y del estadio. Durante ocho meses enseñó la técnica de boxeo a los estudiantes. “También llegué a ser jefe de personal de porteros. Viví 38 años con mi familia en el interior del colegio”, dice Pozo, nacido en Carchi.
La habilidad en las manos de Pozo, a más de barrer las aulas, le ayudaron a manejar 60 llaves. Él enumeró las llaves y las puertas para mayor facilidad. Sin embargo, el trabajo donde se destacó fue ayudando en las disciplinas deportivas.
Pozo recita con facilidad el historial de los rectores que han pasado durante los años de su permanencia. Pero perdió la cuenta de cuántos son. “Tampoco he contado cuántas veces me pegué puñetes con los estudiantes y profesores. Pero han sido muchas”, bromea.
Incluso, producto de un enfrentamiento, el portero hizo expulsar a cuatro estudiantes que lo agredieron. Las anécdotas sobran a Pozo. Recuerda que pasaron por las aulas, como estudiantes, Paco Moncayo, Gustavo Velásquez…
Orgulloso dice que conoce los rincones de las instalaciones del plantel. Por eso él es una de las pocas personas que ha llegado a la parte más alta, donde está el sello en el ingreso al colegio.
Los estudiantes le gritaban ‘chismoso’
Eduardo Villavicencio ha sido mal visto, varias veces, por los estudiantes del colegio Montúfar, ubicado en el sur de la ciudad. Él era encargado de avisar a los padres de familia cuando los estudiantes faltaban a clases. Villavicencio visitaba la casa de los inasistentes o avisaba por teléfono la ausencia del alumno cuando vivía lejos; en Machachi, por ejemplo.
Por eso, cuando caminaba por los pasillos y patios del establecimiento escuchaba los gritos de ‘chismoso’. Incluso, algunos profesores, estudiantes y hasta autoridades pedían a ‘Don Gato’, que no fuera a sus domicilios.
Antes de empezar con sus funciones de mensajero pasó un año como militar y trabajó en otra empresa privada. “En el colegio empecé a trabajar cuando funcionaba en el sector La Recoleta. Donde está la escuela 10 de Agosto”.
El quiteño, nacido en 1935, ha pasado por la inspección y laboratorios del Montúfar como mensajero. Luego, fue trasladado a otro sitio para vigilar la puerta y controlar el ingreso y salida de los estudiantes. En su caseta de descanso guarda una escoba y pala para limpiar la basura de la entrada y limpiar los pasillos.
Además, tiene una chaqueta lista para cambiarse de ropa si el momento lo amerita. “Uno visita a veces entidades públicas y ahí hay que presentarse bien”, dice el portero, a quien lo identifican varios padres de familia y profesores.
Villavicencio dice que estudió hasta cuarto año de bachillerato en el colegio Mejía. Pero se retiró porque perdió el año y se fue al cuartel. Así ha trabajado durante 50 años en el colegio.
Gerardo Betancourt, otro portero del establecimiento, dice que Villavicencio siempre es serio con los estudiantes. Pero que también es bromista con los profesores. Aunque prefiere no dar nombres, Villavicencio cuenta que es conocido por varios ministros, quienes pasaron por las aulas del colegio.
Reyes ve pasar varias generaciones
Con 30 años de servicio, Francisco Reyes ha visto pasar varias generaciones de estudiantes en el colegio femenino 24 de Mayo. Siempre luce serio. Esa es su estrategia para mantener la barrera del respeto con las estudiantes.
Cuenta que más de una vez ha discutido con las alumnas porque no las ha dejado salir. Sin embargo, después de varios años, las mismas personas que le criticaban por su disciplina regresaban al establecimiento pero como madres de familia. “Ellas decían: usted sigue aquí. Ayudarame controlando a mi hija, como hacía conmigo”.
Reyes nació en Puembo. Antes de llegar al colegio, como portero, trabajó en una lubricadora. Su hermano, quien desempeñaba las labores de limpieza en el Benalcázar, le informó que el 24 de Mayo necesitaba personal. Así empezó como guardia del plantel.
Después de dos meses cumpliendo esa función, fue nombrado mensajero y le entregaron una vivienda en el colegio. Se trasladó junto con su familia.
Reyes ha sido nombrado dos veces jefe de conserjes. Siempre debe mantener el respeto con las chicas, ese es un principio que él tiene desde que empezó a trabajar y que incluso forma parte de su contrato. “Siempre he sido estricto. Hay personas que han tomado a mal mi función. Pero después han agradecido”.
Con los maestros también mantiene una relación especial. Siempre tiene la costumbre de saludar atentamente a todos en la puerta principal. Una de las tareas de Reyes también consiste en barrer las aulas y las oficinas como la del Rectorado y de la secretaria, entre otras.
El primer día de clases, dice, es agitado porque debe estar atento en la puerta principal para ayudar a las estudiantes que empiezan la secundaria.
Guerrero abre las puertas del Manuela
Todos los padres de familia y estudiantes que ingresan por la puerta principal del colegio Manuela Cañizares, ubicado en el centro de la ciudad, saludan a Fanny Guerrero con atención. A ella le identifican fácilmente porque durante 28 años ha trabajado en el establecimiento.
Ella dice que siempre hace respetar las normas con todas las estudiantes. “El trato siempre ha sido de respeto. Me llevo bien con los padres de familia, las estudiantes y los maestros, pero, a veces, a las estudiantes no les gusta que se imponga disciplina y orden”.
Bromea y dice que a sus 62 años ya no puede perseguir a las alumnas que se fugan de clases y también del colegio por los muros. Ya no tiene la misma agilidad que cuando ingresó a laborar, en 1982. En ese entonces era rectora María Luisa Salazar.
Desde allí ha visto pasar a cinco profesores por el sillón del Rectorado y siempre ha mantenido buenas relaciones con las autoridades del colegio femenino. Las madres de familia también la identifican porque ella orienta en los trámites que se hacen.
Carolina Salazar, una madre de familia quien conoce a Guerrero, cuenta que las estudiantes siempre le critican porque avisa cuando hay alumnas que faltan a clases o están mal en las notas. “Mi hija dice que es una buena persona. Ayuda a ubicar a los profesores y siempre les está aconsejando”.
La tarea de limpieza que realiza Guerrero comprende todo el primer piso donde funciona el área administrativa del Manuela. Este establecimiento funciona en jornada matutina. El Rectorado, la Secretaría, Colecturía, laboratorios y dos aulas están limpias porque su tarea empieza desde muy temprano. Guerrero vive en la parte posterior del establecimiento desde que labora allí.