Redacción Manta
El enclave marino Los Arenales, al noreste de Crucita, en Portoviejo, estuvo lleno de colorido. Ayer desde las 05:00, los propietarios de 20 barcos de casco de madera y de 80 lanchas de fibra de vidrio madrugaron para adornar sus naves.
Con banda de pueblo
La celebración de ayer se prolongó hasta las 15:00. La maniobra más difícil para los dueños de las embarcaciones fue bajar a los invitados, a los que se les fue la mano con el licor.
USD 3 000 invierten los dueños de cada barco para el festejo. El presupuesto incluye la alimentación, el licor y el disco móvil. Además hubo banda de pueblo.
Los negocios de venta de comida en Los Arenales se reactivan por la llegada de invitados y turistas para la celebración.Juan Carlos Bravo inflaba globos con la ayuda de su hermano Everaldo. Su lancha, María Asunción, debía lucir a la altura de la ocasión. En los filos de la embarcación las cintas se movían con agilidad por el viento fuerte que soplaba con rumbo norte.
“Todo es por San Pedrito y San Pablito, nuestros santos que los veneramos entre el 4 y 12 de julio de cada año”, reseña José Pico, uno de los priostes del festejo.
Cuatro barcos fueron engalanados también con globos y cintas de tela. Cada nave corresponde a los priostes principales y su corte. Uno de ellos fue el de Ernesto Villamarín. Él preside el gabinete de San Pedro. “Tengo invitados que vienen incluso desde Venezuela, la fiesta es por todo lo alto”, cuenta. Ocho barcos más son para los invitados que arriban desde poblados cercanos, incluso desde Manta y desde Portoviejo.
Desde las 10:00, 5 000 personas coparon las calles de Los Arenales. Todos caminaban rumbo a la playa. Camila Macías, junto con cuatro amigos, viajó desde Manta. “Había escuchado de la celebración. Sabía de los festejos en tierra, pero nunca en el mar”. Los sitios de limpieza de sardina, principal actividad de los 6 000 habitantes de Los Arenales, son extensas ramadas (sitios de sombra) de caña guadua con techo de cade, ayer se llenaron de turistas.
En la playa, la algarabía fue completa. Los capitanes de las 80 lanchas de fibra de vidrio transportaron poco a poco a los 2 500 creyentes hacia los 20 barcos. Hombres, mujeres y niños subieron como pudieron a las frágiles embarcaciones. “Suban rápido”, gritaba Juan Carlos Flores, dueño de la panga Gloria María.
El mar estuvo agitado desde las 06:00 hasta las 10:30. Las naves se bamboleaban peligrosamente, pero eso no fue un obstáculo a la hora de buscar diversión. Los viajes desde la playa a los barcos que estaban 150 metros mar adentro se realizaron con 25 personas. “Vamos un poco lento, el oleaje es fuerte, las precauciones no están demás”, decía Manuel Napa, el capitán de la lancha Mario ll.
Después de 10 minutos de navegación, los barcos con capacidad de 30 y 40 toneladas se pusieron en fila. La música que salía de los altoparlantes se escuchaba hasta 80 metros de distancia.
Yolanda Mantuano, una secretaria ejecutiva, una de las pasajeras de la nave Mario ll estaba asustada porque no sabía cómo subirse al barco San Antonio. Manuel suspendió la marcha del motor fuera de borda. La lancha se deslizó hacia el barco de madera.
Una escalera de cabos gruesos de nailon colgada por la popa (parte posterior de la nave) sirvió para el abordaje que se desarrolló al estilo Rambo. Por eso, especialmente las féminas, vestían pantalones y los hombres shorts.
Una vez en el barco, los alimentos, el licor y cerveza eran ofrecidos por los priostes. Villamarín recibió a los invitados especiales con una botella de licor importado. A las 11:30 los barcos estaban repletos. Cada uno llevó a 250 personas. Los motores se encendieron y los capitanes marcaron rumbo norte. La procesión se dirigió hacia San Jacinto, allí recogieron a los santos Pedro y Pablo, que el jueves fueron llevados, vía terrestre, desde Los Arenales. Luego, ya en el mar, los pasearon y se pusieron en rumbo a Crucita.
La gente que no pudo acceder a la celebración en los barcos aprovechó para degustar el afamado cebiche de pinchagua (sardina) en las picanterías ubicadas en el pequeño malecón.
Desde las 03:00 las mujeres picaban la pinchagua y curtían la carne en limón, sal y agua. “Es muy delicioso, vale la pena bajar desde Manta, se come fresco y es muy bueno”, comentó Graciela Montes.
El ambateño Fabio Cevallos estuvo de paso por Crucita. “No sabía que la costa manabita tenía este tipo de celebraciones, muy nuestra. Espero no, nunca dejen de realizarla”, comentó.