Redacción Cultura
La cámara da una perspectiva nocturna de una ciudad estadounidense. Desde la altura se muestran edificios iluminados y calles salpicadas con las luces de los carros.
Luego una escena de gente caminando muy tranquila por la acera. Un silencio y una noche que de pronto se rompen cuando un hombre irrumpe desde un local, corre hacia la calle, es atropellado por una moto, no se detiene, sigue su carrera saltando cerramientos de metal y, finalmente, se sienta, desconfiado, a descansar.
La música tensa hace pensar que algo malo va a suceder. En efecto, una bala le entra en la cabeza con un pequeño estruendo.
“Un comienzo como de serie policial para televisión”, comparó Juan Carlos Reinoso, estudiante de Diseño de 25 años, luego de la función del domingo pasado en Multicines del centro comercial Iñaquito. Y acota: “La historia se presenta inmediatamente. Hay un crimen y luego hay alguien que va a resolverlo”.
Ese alguien es el periodista Cal McAffrey (interpretado por Russell Crowe), que escribe para el diario The Washington Globe. “Era como el típico antihéroe gringo ¿no?”, comenta Julia Conde, de 26 años, quien acompañaba a Reinoso. “Un hombre solo, desordenado, medio fracasado, que defiende unos valores sociales muy importantes”.
La historia parte de dos asesinatos y un aparente suicidio, al principio sin conexión entre ellos, que parecen casos rutinarios en la vida del veterano reportero. Sin embargo, poco a poco la trama se vuelve más compleja cuando empiezan a aparecer pequeños puentes entre esos crímenes.
Con una serie de golpes de efecto narrativos (como detalles que hacen recaer la culpa siempre en nuevos sospechosos) la película mantiene atención del espectador. La implicación de políticos corruptos, el manido recurso a la teoría de la conspiración en contra del Gobierno estadounidense… todos esos clichés de la industria hollywoodense se mezclan con un ritmo trepidante.
“El final es igual que el de una serie. Ves al héroe solo, de espaldas, caminando…”, juzga Conde. Y Reinoso observa: “Pero al final se queda con la chica, al menos”.
Detrás de toda la película late un discurso sobre la verdad y la mentira y el uso social de ambas. El periodista se erige en una suerte de misionero que se autoinmola por llegar a la verdad.