Tenía que llamarse Falcon el niño de 6 años que capturó el imaginario del planeta, cuando los periodistas anunciaron que se había elevado 3 000 metros dentro del globo de helio que su familia estacionó en el jardín.
Un niño nada común, con un padre que tiene por oficio perseguir tormentas, en un país donde los tornados acaban con poblaciones enteras. La historia era perfecta y se elevó en la imaginación del mundo de una manera tan elegante y perfecta para luego desplomarse como suelen venirse abajo las ilusiones de los ingenuos.
Algunos periodistas -y ese circo que se llama audiencia- llegaron a esperar con desesperación que todo fuera verdad. Y estuvieron muy cerca de un milagro que se debatía entre la vida y la muerte.
Y se les achicó el corazón cuando advirtieron que el globo, como sus expectativas de estar en medio de una tragedia real, comenzaba a caer. Y hasta una lágrima dejaron escapar algunos al pensar que el niño se había vuelto puré al estrellarse.
Pero todo era mentira. Una mentira que mantuvo al mundo en vilo. Pusieron en guardia a los servicios de emergencia. Paralizaron los vuelos de Denver. Y sacaron del aire las programaciones de televisión.
Pero dentro del globo no había niño en peligro. Lo que tenía por detrás ese objeto volador era la malicia de un matrimonio, Richard y Mayumi Heene.
No hay que quitarle mérito al momento culminante de esta telenovela hipermediática. La noche en que se aclaró el enigma: el niño no estaba en el globo, sino en su casa, escondido. A salvo.
Larry King, en CNN, le preguntó a Falcon -delante de sus padres- ante una ciudadanía infinita y muda: por qué no había salido cuando lo buscaban desesperadamente. Y, entonces, ese monumento a la ingenuidad que es un niño de 6 años respondió mirando a sus padres: “Ustedes dijeron que por el show”. La fiesta se convirtió en funeral.
Pero hay algo más grave: la cara que ha mostrado el periodismo de un fracaso profundo. Ha permitido confirmar una noticia sin sentido. Y ha conferido legitimidad a una acción bochornosa: que las huestes salgan desbocadas detrás de algo que tiene apariencia de noticia.
Daniel Okrent, defensor del lector de The New York Times, enumera “las distorsiones causadas por una permanente actitud antagonista; la disimulada pero excesiva dependencia de las fuentes anónimas; las incursiones crueles en las vidas privadas; las prácticas que se dan por sentadas pero que nos han conducido a la decreciente fe en el periodismo”.
Hay un dinosaurio muerto en muchos medios de comunicación. ¿Alguien quiere hacer algo con ese fósil?
El Nacional, Venezuela, GDA