Las noticias sobre Venezuela deberían ser una lección para el continente. Pese a cuantiosos recursos petroleros y a los altos precios del crudo en los últimos años, diversos indicadores y medidas del presidente Chávez revelan el duro trance que enfrenta una nación que podría ser próspera.
La inflación alcanzó 31,2 % en 2008 y 25,1 en 2009, totalmente fuera del rango del resto de la región, salvo Argentina. El PIB cayó 2,9 y la producción industrial 7,2 % en 2009, y el país está sumido en una crisis energética que llevó a Chávez a anunciar cortes de energía de cuatro horas día por medio -en lo que rápidamente debió echar pie atrás, ante el descontento popular y los efectos en la producción, y, como chivo expiatorio, destituyó al ministro de Energía-. Pero el sistema eléctrico podría colapsar en mayo próximo.
Adicionalmente, el propio Presidente dispuso devaluar el bolívar en ciento por ciento -de 2,15 a 4,3 por dólar- para gran parte del comercio exterior, aunque mantuvo la tasa de cambio para algunos productos, y la subió a seis bolívares por dólar en otros casos.
Chávez dispone de poderes omnímodos, pero el descontento popular crece -lo prueba la alarma general frente al incremento delictivo-, y el gobernante, que lo sabe, ha retado a la oposición a sacarlo del poder mediante referendo (lo que permitiría su propia Constitución bolivariana), en la confianza de que aquella carece aún de organización y de líderes para lograrlo.
En cualquier caso, a comienzos del siglo XXI, ciertos países latinoamericanos siguen cometiendo los mismos errores económicos, con los mismos errados argumentos que la región invocaba a mediados del siglo pasado, en temas ya largamente superados por la teoría y la práctica. Tasas de cambio fijo artificialmente bajas para evitar provocar inflación y controles cambiarios de toda clase que generan mercados negros, traduciéndose en distorsiones y desincentivos a la inversión, como ocurre con la energía (más allá de la sequía que invoca Chávez), además de desabastecimiento y desempleo, todo ello acompañado de un incremento gigantesco del gasto fiscal, en planes sociales internos y expansionismo bolivariano externo, dan por resultado menos producción y más inflación -precisamente lo que se quería evitar-, y un malestar creciente de la ciudadanía.
Tan erradas concepciones, que pretenden manipular la economía de un país al ritmo de un voluntarismo populista, junto con provocar tales perjuicios podrían favorecer una mayor unidad de la oposición, al punto de que algunos creen que Chávez ya no cuenta con el apoyo mayoritario de los venezolanos.
Es doloroso que para que Venezuela pueda atisbar una solución para su futuro requiera, al parecer, un agravamiento previo de sus problemas.
El Mercurio, Chile, GDA