El martes, Isabel Robalino estuvo en la misa que el padre Oswaldo Cazorla ofreció en Santo Domingo. Fotos: Galo Paguay y Diego Puente / EL COMERCIO
Es casi mediodía. En la iglesia de Santo Domingo, en el centro quiteño, está a punto de comenzar la misa de los martes. Por los corredores del convento, Cristina Chicaiza empuja la silla de ruedas de Isabel Robalino. La enfermera avanza por el piso de mármol y se queda frente a la escultura de San Judas Tadeo. La eucaristía comienza.
El padre Oswaldo Cazorla dibuja en el aire una cruz. Robalino solo mira.
Mueve sus manos debajo de un abrigado poncho blanco. En la iglesia hace frío. Una cobija la cubre desde su cintura. Así pasa todos los días.
Desde marzo del 2020 también la protegen con una mascarilla. Ese mes estalló el covid-19 y Chicaiza sabe que nadie puede acercarse a Robalino, porque un contagio podría ser fatal, pues en octubre cumplirá 104 años.
Desde hace una década es huésped de los padres dominicos. Ellos le ofrecieron hospedaje, sin costo, después de una caída que provocó la rotura de su fémur. En los últimos 12 meses no ha salido del convento, salvo en dos ocasiones que necesitó ser atendida por complicaciones gástricas y por una consulta dermatológica.
La pandemia la confinó, pero desde adentro ha seguido con su trabajo en la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA), a la que pertenece desde el 2015. Cuando en marzo del año pasado, las enfermeras le dijeron que no podría ir a las citas, pidió que en su computadora HP blanca, que le regalaron hace cinco años, le instalaran el Zoom para seguir las sesiones.
En la iglesia, la misa continúa. Robalino ve cómo se consumen las velas. Permanece en silencio.
Una hora antes estuvo en el comedor del convento, una sala blanca, con mesas y sillas de madera. Desde ahí se conecta a las citas de Anticorrupción. Las reuniones arrancan a las 11:00 de todos los martes.
La enfermera la ayuda con la conexión. “Ya estoy acostumbrada a la computadora”, dice en voz baja.
Chicaiza coloca la laptop sobre una mesa, prende la cámara y habilita el micrófono. Comienzan a aparecer todos los integrantes de la CNA. Ella está lista cinco minutos antes. Su cabello gris está recogido. Mira la pantalla. Saluda con todos.
Ese día, los 12 comisionados aprobaron una carta pública para combatir los ilícitos. El documento será enviado a los dos candidatos presidenciales.
A las 11:00 de los martes, Robalino se conecta a la reunión de la CNA.
Robalino estuvo de acuerdo con el texto. Minutos antes de la reunión, con ayuda de la enfermera, remitió un correo a Germán Rodas, coordinador de la CNA. Allí señaló que no tiene objeciones al escrito.
Él dice que su compañera no ha parado, que durante la pandemia siempre ha estado conectada, que no ha faltado a una sesión virtual y ha apoyado las resoluciones con su firma para investigar actos de corrupción.
Eso hizo que en abril del 2017 fuera sentenciada a un año de prisión por calumnias en un proceso iniciado por el excontralor Carlos Pólit. El exfuncionario respondió con una demanda a la denuncia presentada por nueve miembros de la Comisión por irregularidades en la compra del terreno para la Refinería del Pacífico.
La sesión termina y la computadora se apaga. Esa es la rutina. Luego viene la misa. En la ceremonia religiosa del martes llega el momento de la paz.
El padre Cazorla pide que nadie estreche sus manos para evitar contagiarse del covid-19. Él es prior o superior del convento.
Con otros seis religiosos le hacen compañía a Robalino. Dicen que desayunan, almuerzan y cenan juntos.
En la convivencia del día a día, los dominicos han observado que la doctora ha ido olvidando cosas, sobre todo las más recientes. Hay días en que no se acuerda lo que desayunó.
Los religiosos le dicen que se sirvió café, huevo y sánduche de queso. “Fíjese que va a cumplir 104 años. Son cosas propias de la edad”, dice Lourdes Topón, su secretaria de años.
Ella sabe que también ha dejado de escuchar bien. Quienes la rodean deben levantar el tono de la voz. En los próximos días irá al médico para un examen audiométrico.
A la secretaria y a sus dos enfermeras les cuenta de su paso como estudiante por el colegio Mejía, pues en sus inicios este centro era mixto como lo es actualmente. Les dice que se formó en la Central, que fue la primera graduada en Derecho por esa universidad, que fue la primera concejala de Quito y primera senadora del país.
En sus años como dirigente impulsó la creación de la Confederación Ecuatoriana de Obreros Católicos (Cedoc) y promovió el Frente Unitario de Trabajadores (FUT). Sus relatos son largos y les cuenta siempre que puede.
La misa del martes se termina. La enfermera lleva a Robalino por una puerta lateral al convento. Llega al patio principal para tomar sol junto a la pileta de piedra. Descansa.