Los corsos, las comparsas y el agua han sido parte del Carnaval quiteño

En Quito, el juego del Carnaval cambió con años. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

En Quito, el juego del Carnaval cambió con años. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

En Quito, el juego del Carnaval cambió con años. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO

Era la fiesta del desenfreno. Esos días cuando las personas daban rienda suelta a los excesos, a la explosión de los sentidos. El Carnaval nació como una fiesta profana íntimamente ligada con la Cuaresma. Así lo cuenta Alfonso Ortiz, cronista de Ciudad. 

La celebración nació en Europa y llegó a América junto con el catolicismo. Era un período en el que las personas trataban de aprovechar al máximo del tiempo antes de los 40 días de retiro y de abstinencia hasta la Semana Santa. Así, se convirtió en una fiesta de libertinaje, de comida y bebida sin tapujos, como una forma de liberación, antes de entrar en un total control sobre el cuerpo.

La forma más común de jugar Carnaval en América, era con agua. En el Archivo Histórico de Quito reposa el artículo Fiestas del Carnaval, de Alejandro Andrade Coello. Allí se documenta que en un inicio, esta celebración buscaba molestar a los demás, agredirlos y tomar al prójimo como pretexto de risas. El juego consistía en ensuciar y mojar a los transeúntes. "Antes, por los años de 1870, los carnavaleros se ganaban una tienda, o una casa para cometer en ellas mil troperías. Lo que estaba al alcance de las manos se llevaban para exigir un rescate". "Era un contento histérico, una lucha desaforada, un furor enfermizo, alegría brutal e impulsiva que arrastraba larga cola de enfermedades y funestas consecuencias", señala el artículo.

En el documento se habla incluso de que en 1876, se jugaba con "indumentaria con certeros cazcaronazos (hechos de parafina y perfume) y globitos llenos de agua que al derribarlos sobre la humanidad les dejaban ‘hecho sopa’". Lo que hoy conocemos como bombazos.

Ortiz recuerda que el siglo pasado, era preferible quedarse en casa durante el festejo de carnaval para evitar ser agredido. Hubo años, en los cuales las autoridades de la ciudad, al ver tal agresión entre la gente, optó por cortar el servicio de agua a la comunidad.

Alejandro Andrade Coello indica que conforme pasaron los años las cosas cambiaron. "Ya no eran para estrellar huevos en las paredes. El pueblo se divertía con artículos más inofensivos y baratos: serpentinas, papel picado, flores, cosas hermosas, elegantes, perfumadas y leves".

Según Ortiz, en los siglos XIX y XX, las personas comenzaron a tratar de civilizar el juego y se empieza a introducir carros alegóricos, serpentinas y niños disfrazados. Pero la gente gustaba de seguir jugando con agua. A pesar de la prohibición, dice Ortiz, las calles quedaban tan empapadas que parecía que había llovido.

Sin embargo, los desfiles, los corsos y los bailes populares generaban mucha atención y preparación en los diferentes sectores de Quito. Esto fue visible hasta la década de los 60 y principios de los 70. Y, progresivamente, desde los años 40 hasta la década de los 80 y buena parte de los 90, el juego con el agua prácticamente se masificó.

Se realizaban guerras de agua entre balcones, casas y barrios. En los años 60 se llevó a cabo una campaña de culturización del Carnaval, con poco resultado. Para esos años, la mayor satisfacción consistía en meter al familiar, al vecino, o incluso al desconocido, en el tanque de agua..

Conforme transcurrieron los años, esas costumbres cambiaron. Hoy, según Ortiz, la gente prefiere aprovechar esos días de feriado para divertirse en familia y descansar. Sin embargo, todavía hay jóvenes, especialmente estudiantes, que juegan carnaval en las piletas y colegios, "con toda la grosería, y coquetería, que el juego tenía en su aparición".

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