Las semanas anteriores la Comisión de Cultura de la Asamblea Nacional invitó a los actores culturales a debatir alrededor del Proyecto de Ley enviado por el Ministerio de Cultura.
En el diálogo se habían inscrito para hablar más de cien personas, pero, como siempre, no dieron la cara ni el ministro Ramiro Noriega ni el Presidente de la Casa de la Cultura, Marco Antonio Rodríguez, los dos indispuestos.
Pero sus enviados Francisco Salazar y Eduardo Crespo, respectivamente, nos hablaron maravillas tanto sobre la ley como sobre la extraordinaria actividad cultural de los núcleos provinciales.
Como el mismo Crespo aseveró, “la Casa de la Cultura Ecuatoriana no era el edificio de los espejos” donde, se quejó, laboraban 250 empleados, que correspondían a la mitad de todos los trabajadores de los 23 núcleos.
Como se sabe, en el citado proyecto de Ley los protagonistas pasan a ser los cineastas amigos del Ministro de Cultura (bien por ellos) con su propio Instituto, y un surrealista Instituto Nacional de las Artes, con cinco centros, los dos gozando autonomía de gestión financiera, administrativa, operativa y técnica. ¿Algo más?
La Casa de la Cultura Ecuatoriana sería apenas un Instituto adscrito al Ministerio y su utilidad sería la de un espacio público.
Me pregunto, entonces, ¿dónde han vivido estos señores sabios, llenos de masterados, doctorados, PhD?
¿Conocerán para qué se creó la Casa de la Cultura Ecuatoriana? ¿En qué circunstancias se creó? ¿Cuál ha sido su papel histórico?
Creo que no. Parece que ellos aman el perfil únicamente. El perfil técnico. ¿Qué culpa tiene esta noble Institución creada por el maestro Benjamín Carrión para ejemplo de América? ¿Qué culpa tiene Benjamín Carrión por la pésima administración actual? Por qué no atacar eso, simplemente: reorganizar la CCE de una manera lógica, darle las competencias de Arte y Literatura, llamar a una recalificación de miembros bajo un Tribunal de Honor, para luego proceder a una votación universal de todos sus miembros.
La autonomía hay que ganarla y merecerla porque es parte consustancial de la cultura, como la libertad es parte del creador. La autonomía de la CCE no es la del Presidente de turno ni de su triste burocracia. Es la facultad de decidir en última instancia sobre lo que es de su competencia, sujetándose a las normas legales.
Ese es el error de la administración actual de la Casa de la Cultura, haber roto esas normas, aprobar al apuro una Ley Orgánica mañosa, para proceder a la reelección del Presidente actual. Una reelección que se dio con 14 votos de los 23 presidentes de los núcleos. Increíble pero cierto. Ataquen eso, señores doctores, no la autonomía creativa de una Institución que nació ejemplar.
Columnista invitado