El Presidente es su principal enemigo: su personalidad y la manera en que resuelve sus relaciones con otras instancias de poder explican en buena medida que haya caído en una suerte de exasperación, pese a que está a punto de cumplir tres años caracterizados por una oposición nula, por el control de prácticamente todas las funciones del Estado y por la disponibilidad de dinero.
Al Presidente cada vez le resulta más difícil recurrir a la teoría de la conspiración, pues los principales conspiradores han sido él y su círculo que se ha encargado, no de ayudarlo a tomar decisiones maduras, sino de complacerlo. El resultado es que la sobreexposición presidencial y una campaña publicitaria abusiva, sumados a errores de bulto que podían haberse resuelto si el Gobierno se concentraba en su tareas, han desgastado su credibilidad e incluso opacado su obra vial y social.
Es bueno que un líder sea impaciente, pero sin llegar a la intolerancia. En muchas ocasiones, el Presidente ha hecho tabla rasa de criterios técnicos, desechándolos como simples pretextos de funcionarios de tercera que se niegan a darle la razón. La historia se repitió a propósito de la repatriación de la reserva monetaria y el inútil descabezamiento del Directorio del B. Central.
Es bueno que un líder ejerza el poder que le han entregado, pero sin caer en la prepotencia. La decisión de cerrar Teleamazonas y clausurar La Voz de Arutam tuvo el fin de destruir el acuerdo legislativo que buscaba aprobar una Ley de Comunicación menos punitiva, pero también estuvo destinada a recordarle a la Asamblea quién manda. El Presidente olvida que políticamente la Asamblea ya no es -ya no puede ser- la misma que la de los tiempos de Montecristi, y que estas acciones le pasarán factura.
Un líder puede ser enérgico en sus frases, pero no insultador y descalificador, como lo ha hecho el Presidente cada semana, a guisa de creerse dueño de un gran sentido del humor y de comunicar eficazmente. Ese discurso contra los periodistas y los medios se ha vuelto tan repetitivo y genérico, que en lugar de hacer daño a las víctimas muestra el empecinamiento de quien lo profiere.
Un líder no puede darse el lujo de la vanidad, porque corre el riesgo de cegarse, y de creer que en el mundo ideal que crece en su cabeza no hay problemas como la falta de electricidad -que un administrador de mediana valía podía haber resuelto-, o que la inseguridad o el desempleo son inventos de sus enemigos.
Un líder no puede ser necio. Si el Presidente admite públicamente que todo poder necesita contrapesos, debiera tolerar la existencia de un Legislativo deliberante, unos funcionarios con capacidad de pensar, unos medios cumpliendo su papel democrático. Este 31 de diciembre habrá más muñecos del Presidente en la hoguera, y eso se entiende, pero lo peor sería que en el 2010 Correa siga siendo el principal enemigo de Correa.