Mientras unos se alejan del virus, otros se acercan a él todos los días

En el Hospital Carlos Andrade Marín y en el Instituto de Biomedicina de la U. Central, como en Zurita & Zurita procesan test diagnósticos de covid-19

En el Hospital Carlos Andrade Marín y en el Instituto de Biomedicina de la U. Central, como en Zurita & Zurita procesan test diagnósticos de covid-19

Imagen referencial. En el Hospital Carlos Andrade Marín (en la foto) y en el Instituto de Biomedicina de la U. Central, como en Zurita & Zurita procesan test diagnósticos de covid-19. Foto: Twitter / IESS HCAM

Introducir un hisopo de 8 centímetros desde el orificio de la nariz hacia atrás no provoca mucho dolor. Pero Juan Miguel Galarza anota que el procedimiento para obtener una muestra nasofaríngea para diagnosticar covid-19 es invasiva. Todo depende de la persona, en las más sensibles se produce incluso una pequeña hemorragia.

El biólogo es jefe del laboratorio de genética y molecular del Hospital Carlos Andrade Marín, del IESS. Allí, a veces él mismo aplica el test de PCR a médicos y a pacientes que requieren un resultado de urgencia. Pero en general, como la mayoría de sus compañeros, está a cargo de procesar el material que permitirá saber si alguien está infectado o no.

En el país se han tomado 113 308 muestras para este coronavirus, entre PCR y pruebas rápidas. Aún se deben procesar los resultados de 25 518.

Los exámenes son cruciales, porque permiten que alguien acceda a un tratamiento en caso de tener síntomas moderados o graves. Además, ayuda a identificar a la población que debe aislarse para no propagar la enfermedad, que se transmite por las gotas de saliva.

Mientras la mayoría busca tomar distancia del virus, Juan Miguel Galarza, igual que sus colegas, lo toca a diario. Su trabajo implica manipularlo, así que usan un doble par de guantes; mascarilla N95, visor facial, gorro, terno quirúrgico, bata, overol desechable antifluidos y zapatones.

“No llores. Tu papá y yo estamos más protegidos que nadie”, le dijo Lucy Baldeón, especialista en inmunología y enfermedades infecciosas a su hijo Gabriel, de 9 años. Sentía miedo de que se contagiaran de SARS-Cov2 y murieran. Ella coordina el Instituto de Biomedicina de la U. Central, que procesa 640 pruebas diarias del Municipio de Quito.

Cuando se trabaja en estos laboratorios -coinciden Baldeón y Galarza, siempre se está expuesto a diferentes niveles de riesgo. Desde los leves, por procesar exámenes de determinación de hormonas o biometrías hemáticas; hasta los más serios, como de VIH.

Las muestras de covid-19 las procesan en cabinas de flujo laminar, que permiten el paso del aire. Allí introducen sus manos, nada sale de ese ambiente para evitar la contaminación. Luego de inactivar el virus y sacar el ácido nucléico, se sacan ahí mismo uno de los dos pares de guantes que usan.

Galarza tiene dos hijas, de 14 y de 1 año y medio. La segunda, de su nueva relación, lleva dos meses en casa de sus padres. Su esposa también está expuesta al covid-19, así que con dolor decidieron alejarla mientras no se controle más la situación. La han ido a visitar, pero solo se ven a través de la ventana. Le hacen videollamadas y los abuelos le enseñan a diario una foto de los padres.

“No atendemos pacientes que pueden expulsar microgotas de saliva y contagiarnos. Nosotros trabajamos con muestras que llegan en tubos, que sí pueden derramarse, por eso seguimos protocolos”, recalca Baldeón, que comenta que todo llega en ‘coolers’, en triple empaque.


Ella encara este desafío de poder ayudar a diagnosticar. Pero le afecta llegar tarde a casa. Su hijo Gabriel, de cuarto de Básica, debe conectarse a clases con apoyo de la abuela. A veces no completa sus tareas.

De vivencias personales como esas y de las anécdotas del trabajo conversan en Zurita & Zurita, donde se ha procesado 15 000 test. Son de 300 a 500 muestras diarias, a veces trabajan los domingos. Cuando toman muestras a domicilio, a veces los bañan en cloro, así que llegan con trajes descoloridos; otras, se encuentran con pacientes muy nerviosos.

En el laboratorio privado -fundado en 1959 por don Gonzalo, que acaba de fallecer a los 91 años- al inicio del confinamiento (19 de marzo) 20 trabajadores decidieron no participar en los test de coranavirus. Pero luego se reintegraron.

Sus hijos, la microbióloga Jeannete y el PhD en Inmunología Camilo Zurita, sienten que ha costado, pero han ganado experiencia. Como en otros laboratorios, la población vulnerable, embarazadas y adultos mayores, teletrabajan: ingresan datos. Nadie se ha contagiado. Sí han detectado alergias y malestar en la garganta por la humedad que produce el uso prolongado de mascarilla. Pero saben que su tarea ayuda a controlar a este virus.

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