El suicidio del Cordicom

El Consejo de Regulación de la Comunicación (Cordicom) está lejos de consolidarse como una institución necesaria para una democracia. Durará lo que dure este modelo político, pues este Consejo difícilmente puede respirar oxígeno con sus propios pulmones.

La entidad que nació de la Ley de Comunicación es incapaz de crear una agenda de trabajo algo alejada de las concepciones verticales de que quienes hoy detentan el poder. Para sustentar este argumento no es necesario revisar la evaluación que, en los últimos meses, instancias internacionales han hecho sobre el clima de restricciones a la libertad de prensa que vive el Ecuador. No. Solo es cuestión de mirar el comportamiento del Cordicom y soltar un suspiro desalentador. A sus vocales no les interesa velar porque el periodismo se ejerza en mínimas condiciones de equidad para los medios.

Lo de diario La Hora fue sintomático. Luego de que la Superintendencia de Comunicación sancionara al rotativo por un caso de censura previa, por no haber publicado un hecho de relevancia para sus lectores lojanos, el Cordicom dijo que ya le faltaba poco para expedir la normativa que definirá lo que es el contenido de interés público.

Es desalentador saber que para el Presidente de esta entidad no pasa nada con que se haya tomado una decisión de ese calibre, sin que existieran todos los instrumentos jurídicos para que en este país los medios tengan derecho a un elemental debido proceso.

¿Por qué no recurrió a sus exhortos públicos -tan ágiles cuando se ha tratado de blindar al Gobierno, como en el debate del Código Monetario o en las coberturas de las protestas ciudadanas del 2014- para pedir al Alcalde de Loja algo de mesura, por el simple argumento ético de que quien creó la Supercom no debió usarla en una caso personal?

Si una institución tan joven trabaja solo para la agenda del poder está condenada a la intrascendencia. Y es una pena porque allí está el profesor universitario al que tantos estudiantes de periodismo admiraron.

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